El recurso del
diálogo ha contribuido, según lo muestran los hechos, a resarcir diferencias y
a fomentar los acuerdos a partir de la pluralidad; pero también y ante todo
dicha posibilidad, propia de los sujetos
en calidad de hablantes debe estar dirigida al ámbito colectivo, de tal manera
que se alcance a entender que en tanto se fomente la confianza y las acciones
para facilitar el diálogo en todo orden, en particular en el social, se cumple
con tareas básicas como: la prevención, la transformación de conflictos y la
construcción de la paz. Se constata así como la mediación de la palabra y el
establecimiento del diálogo propiciado desde y por diversos actores es
quizá la mayor garantía para el alcance
de la paz y en lo posible, para la recuperación de la credibilidad entre gobernantes y gobernados, en particular cuando
se trata de sistemas democráticos.
Quizá ninguna otra actividad humana ha cobrado tanta
importancia en los últimos tiempos, marcados por el conflicto y la dificultad
para el acuerdo, como la del diálogo. Los sujetos en condición de hablantes y
de seres de lenguaje hemos vivido gobernados por el “privilegio del diálogo”,
circunstancia que ha operado más como intento que como realidad; a pesar del
legado de dialogantes antiguos, para quienes la palabra siempre fue viva y
cobró vida.
Sin embargo, en el actual panorama nacional e internacional
son frecuentes los casos cuya salida a los conflictos se consigue por la
fuerza, se desplaza a la palabra a una condición inferior e insignificante frente
a las armas. Las guerras se explican por el temor a las armas; éstas, son las preferidas
por quienes, en medio de documentos, persecuciones y legitimadas declaraciones,
no ven otra alternativa más favorable a la solución de un conflicto, a
diferencia de las palabras.
Casos recientes y de conocimiento mundial confirman esta
afirmación, repetir esta patética realidad, es caer en una tautología.
La presente digresión encaminada a plantear algunas
reflexiones en torno a la noción y a la práctica del diálogo y a la idea de que
éste tenga alcances sociales partirá, entre otros, del referente teórico de la
filosofía, pues esta disciplina tiene gran valor en la razón de ser de su
discurso.
A la pregunta por la importancia de la filosofía puede
resultarle persistente una preocupación hermenéutica fundamental que procure
según plantean pensadores como Gadamer, la superación de la distancia entre el
sentido de un discurso mantenido por quien escribe y por un lector que procura
comprenderlo.
Circunstancia que se registra cercana del ejercicio del diálogo,
exaltado por la tradición humanista en oposición abierta al monólogo racional y
reafirma, en cambio, la constante tendencia de un diálogo que se despliega en
la comunidad, determinante del marco colectivo e histórico en que vive el
individuo.
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