Actualmente, igual que se hizo por los últimos cientos de
años, dedicamos una gran parte del tiempo en la primera parte de la vida a
instruirnos, pero después el estudio queda completamente relegado por el
trabajo, las responsabilidades hogareñas y demás menesteres de la edad adulta.
Simplificando, dedicamos a aprender el 100% del tiempo durante el 20% de
la vida (entre los seis y veintipocos años) y después prácticamente nada. Mi
propuesta es invertir esta ecuación: dediquemos a nuestra formación el 20% del
tiempo durante el 100% de la vida. Esto es, un día por semana desde hoy y hasta
el fin de nuestros días.
Aprender nuevas cosas requiere más esfuerzo con el paso de
los años. Pero, paradójicamente, en lugar de destinar cada vez más tiempo, dada
la creciente dificultad, la mayoría dedicamos menos a nuestra formación.
Esto aplica también a las empresas, que hoy destinan una fracción mínima
(quizás un par de días al año) a la capacitación y entrenamiento de sus
integrantes.
Para hacer las cosas más sencillas, hoy las
alternativas que internet nos ofrece son enormes. Desde tutoriales caseros en
YouTube hasta las mejores universidades del mundo ofrecen gratis sus cursos.
Eso brinda a los más exigentes la inusitada oportunidad de aprender los temas
que más les interesen de los más destacados profesores del mundo, estudiando en
Harvard, MIT, Stanford, Oxford o La Sorbonne, sin siquiera moverse de su
living.
Uno de los principales hallazgos de estudiar como adultos
es, finalmente, poder enfocarnos por completo en aquello que nos gusta,
nos sirve y nos motiva. Para unos pueden ser habilidades duras, para otros
habilidades blandas, destrezas manuales. O cualquier combinación. Somos
grandes, ¡ya nadie nos fija qué debemos aprender!
Sé que puede sonar difícil, entre la multitud de ocupaciones
actuales, encontrar tiempo para esto. Pero si entendemos el fenómeno de la
cada vez más rápida obsolescencia de nuestros saberes, resultará claro que a mediano
plazo el beneficio de estudiar supera al desafío de hacer espacio en la agenda.
Me atrevo a vaticinar que los profesionales independientes
que destinen ese 20% a perfeccionarse lograrán transformar esa inversión de
tiempo en una diferenciación que los destaque en este contexto laboral
crecientemente competitivo. Y las empresas que propongan a su gente que destine
cuatro días a producir y uno a mantenerse actualizados serán lugares mucho más
buscados para trabajar y obtendrán resultados económicos superiores y más
sostenibles a largo plazo.
A quienes sienten que ciertos aspectos del mundo actual
(como puede ser el acceso a ciertas tecnologías o el uso de dispositivos) se
les escapan de sus posibilidades, los invito a preguntarse: ¿cuántas horas
destinaron realmente a intentar adquirir esas habilidades que les resultan
esquivas? Como alguna vez dijo John F. Kennedy respecto del viaje a la
Luna, la idea no es intentarlo porque sea fácil, sino precisamente por ser
difícil.
Igual que sucede con los músculos, nuestra mente necesita que la
sigamos exigiendo para mantenerse ágil y en forma.
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