Vivimos en un mundo pletórico de datos, frases e íconos. La
percepción que los seres humanos tenemos de nosotros mismos ha cambiado, en
vista de que se ha modificado la apreciación que tenemos de nuestro entorno.
Nuestra circunstancia no es más la del barrio o la ciudad en donde vivimos, ni
siquiera la del país en donde radicamos. Nuestros horizontes son, al menos en
apariencia, de carácter planetario.
Eso no significa que estemos al tanto de todo lo que sucede
en todo el mundo. Lo que ocurre es que entre los numerosos mensajes que
recibimos todos los días, se encuentran muchos que provienen de latitudes tan
diversas y tan lejanas que, a menudo, ni siquiera acertamos a identificar con
claridad en dónde se encuentran los sitios de donde provienen tales
informaciones.
Se habla mucho de la Sociedad de la Información. ¿Qué rasgos
la definen? ¿En qué aspectos resulta novedosa? ¿En qué medida puede cambiar la
vida de nuestros países? ¿Qué limitaciones tiene ese nuevo contexto? En estas
páginas queremos dar respuestas iniciales a esas interrogantes.
Diez rasgos de la Sociedad de la Información
A ese nuevo contexto lo definen características como las
siguientes.
Exuberancia.. Disponemos de una apabullante y diversa
cantidad de datos. Se trata de un volumen de información tan profuso que es por
sí mismo parte del escenario en donde nos desenvolvemos todos los días.
Omnipresencia. Los nuevos instrumentos de información,
o al menos sus contenidos, los encontramos por doquier, forman parte del
escenario público contemporáneo (son en buena medida dicho escenario) y
también de nuestra vida privada. Nuestros abuelos (o bisabuelos, según el rango
generacional en el que estemos ubicados) fueron contemporáneos del surgimiento
de la radio, se asombraron con las primeras transmisiones de acontecimientos
internacionales y tenían que esperar varios meses a que les llegara una carta
del extranjero; para viajar de Barcelona a Nueva York lo más apropiado era
tomar un buque en una travesía de varias semanas. La generación siguiente
creció y conformó su imaginario cultural al lado de la televisión, que durante
sus primeras décadas era sólo en blanco y negro, se enteró con pasmo y gusto de
los primeros viajes espaciales, conformó sus preferencias cinematográficas en
la asistencia a la sala de cine delante de una pantalla que reflejaba la
proyección de 35mm y ha transitado no sin asombro de la telefonía alámbrica y
convencional a la de carácter celular o móvil. Los jóvenes de hoy nacieron
cuando la difusión de señales televisivas por satélite ya era una realidad,
saben que se puede cruzar el Atlántico en un vuelo de unas cuantas horas, han
visto más cine en televisión y en video que en las salas tradicionales y no se
asombran con la Internet porque han crecido junto a ella durante la última
década: frecuentan espacios de chat, emplean el correo electrónico y
manejan programas de navegación en la red de redes con una habilidad
literalmente innata. Esa es la Sociedad de la Información. Los medios de
comunicación se han convertido en el espacio de interacción social por
excelencia, lo cual implica mayores facilidades para el intercambio de
preocupaciones e ideas pero, también, una riesgosa supeditación a los
consorcios que tienen mayor influencia, particularmente en los medios de
difusión abierta (o generalista, como les llaman en algunos sitios).
Irradiación. La Sociedad de la Información también se
distingue por la distancia hoy prácticamente ilimitada que alcanza el
intercambio de mensajes. Las barreras geográficas se difuminan; las distancias
físicas se vuelven relativas al menos en comparación con el pasado reciente. Ya
no tenemos que esperar varios meses para que una carta nuestra llegue de un
país a otro. Ni siquiera debemos padecer las interrupciones de la telefonía
convencional. Hoy en día basta con enviar un correo electrónico, o e-mail, para
ponernos en contacto con alguien a quien incluso posiblemente no conocemos y en
un país cuyas coordenadas tal vez tampoco identificamos del todo.
Velocidad. La comunicación, salvo fallas técnicas, se
ha vuelto instantánea. Ya no es preciso aguardar varios días, o aún más, para
recibir la respuesta del destinatario de un mensaje nuestro e incluso existen
mecanismos para entablar comunicación simultánea a precios mucho más bajos que
los de la telefonía tradicional.
Multilateralidad / Centralidad. Las capacidades técnicas de
la comunicación contemporánea permiten que recibamos información de todas
partes, aunque lo más frecuente es que la mayor parte de la información que
circula por el mundo surja de unos cuantos sitios. En todos los países hay
estaciones de televisión y radio y en muchos de ellos, producción cinematográfica..
Sin embargo el contenido de las series y los filmes más conocidos en todo el
mundo suele ser elaborado en las metrópolis culturales. Esa tendencia se
mantiene en la Internet, en donde las páginas más visitadas son de origen
estadounidense y, todavía, el país con más usuarios de la red de redes sigue
siendo Estados Unidos.
Interactividad / Unilateralidad. A diferencia de la
comunicación convencional (como la que ofrecen la televisión y la radio
tradicionales) los nuevos instrumentos para propagar información permiten que
sus usuarios sean no sólo consumidores, sino además productores de sus propios
mensajes. En la Internet podemos conocer contenidos de toda índole y, junto con
ello, contribuir nosotros mismos a incrementar el caudal de datos disponible en
la red de redes. Sin embargo esa capacidad de la Internet sigue siendo poco
utilizada. La gran mayoría de sus usuarios son consumidores pasivos de los
contenidos que ya existen en la Internet.
Desigualdad. La Sociedad de la Información ofrece tal
abundancia de contenidos y tantas posibilidades para la educación y el
intercambio entre la gente de todo el mundo, que casi siempre es vista como
remedio a las muchas carencias que padece la humanidad. Numerosos autores,
especialmente los más conocidos promotores de la Internet, suelen tener
visiones fundamentalmente optimistas acerca de las capacidades igualitarias y
liberadoras de la red de redes (por ejemplo Gates: 1995 y 1999 y Negroponte,
1995). Sin embargo la Internet, igual que cualquier otro instrumento para la
propagación y el intercambio de información, no resuelve por sí sola los
problemas del mundo. De hecho, ha sido casi inevitable que reproduzca algunas
de las desigualdades más notables que hay en nuestros países. Mientras las
naciones más industrializadas extienden el acceso a la red de redes entre
porcentajes cada vez más altos de sus ciudadanos, la Internet sigue siendo
ajena a casi la totalidad de la gente en los países más pobres o incluso en
zonas o entre segmentos de la población marginados aún en los países más
desarrollados.
Heterogeneidad. En los medios contemporáneos y
particularmente en la Internet se duplican –y multiplican– actitudes,
opiniones, pensamientos y circunstancias que están presentes en nuestras
sociedades. Si en estas sociedades hay creatividad, inteligencia y arte, sin
duda algo de eso se reflejará en los nuevos espacios de la Sociedad de la
Información. Pero de la misma manera, puesto que en nuestras sociedades también
tenemos prejuicios, abusos, insolencias y crímenes, también esas actitudes y
posiciones estarán expresadas en estos medios. Particularmente, la Internet se
ha convertido en foro para manifestaciones de toda índole aunque con frecuencia
otros medios exageran la existencia de contenidos de carácter agresivo o incómodo,
según el punto de vista de quien los aprecie.
Desorientación. La enorme y creciente cantidad de
información a la que podemos tener acceso no sólo es oportunidad de desarrollo
social y personal. También y antes que nada, se ha convertido en desafío
cotidiano y en motivo de agobio para quienes recibimos o podemos encontrar
millares de noticias, símbolos, declaraciones, imágenes e incitaciones de casi
cualquier índole a través de los medios y especialmente en la red de redes. Esa
plétora de datos no es necesariamente fuente de enriquecimiento cultural, sino
a veces de aturdimiento personal y colectivo. El empleo de los nuevos medios
requiere destrezas que van más allá de la habilidad para abrir un programa o
poner en marcha un equipo de cómputo. Se necesitan aprendizajes específicos
para elegir entre aquello que nos resulta útil, y lo mucho de lo que podemos
prescindir.
Ciudadanía pasiva. La dispersión y abundancia de
mensajes, la preponderancia de los contenidos de carácter comercial y
particularmente propagados por grandes consorcios mediáticos y la ausencia de
capacitación y reflexión suficientes sobre estos temas, suelen aunarse para que
en la Sociedad de la Información el consumo prevalezca sobre la creatividad y
el intercambio mercantil sea más frecuente que el intercambio de conocimientos.
No pretendemos que no haya intereses comerciales en los nuevos medios –al
contrario, ellos suelen ser el motor principal para la expansión de la
tecnología y de los contenidos–. Pero sí es pertinente señalar esa tendencia,
que se ha sobrepuesto a los proyectos más altruistas que han pretendido que la
Sociedad de la Información sea un nuevo estadio en el desarrollo cultural y en
la humanización misma de nuestras sociedades.
La Sociedad de la Información es expresión de las realidades
y capacidades de los medios de comunicación más nuevos, o renovados merced a
los desarrollos tecnológicos que se consolidaron en la última década del siglo:
la televisión, el almacenamiento de información, la propagación de video, sonido
y textos, han podido comprimirse en soportes de almacenamiento como los discos
compactos o a través de señales que no podrían conducir todos esos datos si no
hubieran sido traducidos a formatos digitales. La digitalización de la
información es el sustento de la nueva revolución informática. Su expresión
hasta ahora más compleja, aunque sin duda seguirá desarrollándose para quizá
asumir nuevos formatos en el mediano plazo, es la Internet.
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