En los inicios de la medicina el padre de ella, o sea
Hipócrates consideraba al corazón como el órgano que entregaba calor humano y
el centro de la inteligencia. Para otras civilizaciones como la hindú o la
egipcia era considerado como el símbolo del amor más elevado.
Este concepto tan prestigioso del órgano lo elevó por encima
de los demás y hasta los poetas en los cantares antiguos le rezaban y pedían
por la falta de su sufrir.
Las tripas en cambio no tuvieron esa suerte. Al tratarse de
una parte baja del cuerpo y considerando el tráfico dentro de ellas les fueron
cayendo las culpas de los miedos, el nerviosismo, o la incapacidad de hacer
algo, aflojando al resto del cuerpo.
De esta forma, mientras al corazón valiente se lo puede
enamorar y hasta creer que las decisiones bien tomadas dependen de él; las
flojeras, las descomposturas y los calambres intestinales son producto de las
debilidades que provocadas por distintas situaciones salen a la luz por culpa
de las tripas.
La descripción de estos órganos sirven entonces para
determinar que “hacer de tripas, corazón”, significa sobreponerse a las
flojeras y a los malestares para, siendo valiente, ponerle el pecho a cualquier
situación complicada.
La frase es muy antigua, tanto como lo es anónima y sin
poder establecer un antecedente concreto. Pero lo cierto es que el descrédito
de las tripas no podrá ser nunca reemplazado por otro órgano como el hígado, el
páncreas o la próstata si hablásemos de hombres, ya que estos ni siguiera tienen
una imagen, ni buena ni mala, y si la tuvieran habría que hacer de tripas
corazón para bancarse el cambio.
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