La
prudencia se manifiesta de varias formas en nuestra vida, incluyendo la toma de
decisiones, cuando hablamos y cuando actuamos. Por eso, y como excelente
recordatorio de algo que nos han enseñado, pero ocasionalmente olvidamos, a
continuación hablamos de la prudencia en sus diferentes manifestaciones:
Prudencia al tomar
decisiones:
Partiendo
de la premisa de que la toma de decisiones siempre tiene un impacto personal y
colectivo, nuestras decisiones prudentes o imprudentes tendrán consecuencias
positivas o negativas. Del antiguo Egipto, existen imágenes sobre una serpiente
de tres cabezas que representaba la prudencia y que sugería que para un hombre
ser prudente debe mostrar la astucia de una serpiente, tener vigor, agilidad y
paciencia. En la vida diaria, nos vemos tomando decisiones de índole material,
donde debemos ser prudentes llevando buen control de nuestras cuentas y
haciendo un análisis adecuado antes de cualquier gasto. Mediante un análisis
correcto es posible, incluso, tomar riesgos, pero siempre de forma prudente. De
igual forma, en el aspecto emocional, antes de entregar nuestra confianza o
nuestro corazón, debemos ser prudentes y esperar a conocer, en la mejor medida
posible, a la otra persona y dejar que ellos nos conozcan. Esto va a evitar decepciones
y de hecho, evitará que invadan tu privacidad o te prestes a manipulaciones.
Dicen los sabios que nunca debes permitir que las emociones dominen tu
inteligencia y esto es, definitivamente, una excelente forma de expresar
prudencia.
Prudencia al hablar:
Dice un
viejo refrán “No
hay mejor palabra que la que no se dice” y, el mismo
Jesucristo, en Mateo 15:11 expresó: “No
es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la
boca, eso es lo que contamina al hombre”. En ambos
casos, se nos recuerda que al hablar somos capaces de hacer daño, tanto si
hacemos comentarios imprudentes, como si cometemos la imprudencia de hablar mal
de alguien o de revelar algo que nos han confiado.
Para ser
prudente al hablar, el mejor consejo a dar es saber escuchar, pero sobre todo,
pensar antes de hablar. Ser imprudente al hablar puede hacernos herir personas,
contar lo que no debemos, confiar en alguien que no lo merece o criticar algo o
alguien…
En cualquier caso, ser imprudente al hablar puede ser
perjudicial para otros o para nosotros mismos.
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