Si no estamos
presentes no podemos ser aquello que decimos. Y a veces hay quienes
están físicamente, pero no están. Están, a la vez, presentes
y ausentes. Si nuestra presencia, en cambio, está llena
con nuestro ser, entonces sí lograremos aportar a diferencia. Con reconocer
al semejante, creo, no alcanza. Hace falta el atributo más importante de todos.
Y a la vez, uno de los más difíciles de lograr. Hace falta estar presentes.
Estar ahí, sí. Pero también estar presentes en el sentido de ofrendar.
Ser, para el otro, un presente. Regalar nuestra disposición
amorosa.
Que no te sea
indiferente el hecho de que tus acciones en ese presente tenga algún efecto en
los demás.
Asegura que el
efecto de tu presencia sea positivo. No seas un obstáculo, sino un regalo. Asegúrate
de que tu presencia sirva. No alcanza con decir presente, debes verificar con
tu conciencia si te encuentras ahí voluntariamente o si te han llevado.
Son, me parece, dos
maneras casi opuestas de estar presentes. Podemos presentarnos ante el reclamo
y la demanda de alguien, o bien hacerlo en términos proactivos,
voluntarios.
Es decir: ¿Nos
llaman y vamos? ¿O estamos dispuestos a acudir antes de que
nos convoquen?
Son dos maneras de ser que cambian radicalmente nuestro hacer. La primera es por arrastre, y sólo surge cuando nos llaman la atención. La segunda es diferente, y a esto aspiramos, si es que buscamos un pleno desarrollo de lo humano. Vayamos al frente. Estemos presentes y disponibles para los que lo necesitan. Pongamos el cuerpo y el espíritu.
Por supuesto que nos haremos daño el uno al otro. Pero esta
es la condición misma de la existencia. Para llegar a ser primavera, significa
aceptar el riesgo de invierno. Para llegar a ser presencia, significa aceptar
el riesgo de la ausencia.
Hugo W Arostegui
Antoine
de Saint-Exupéry – El Principito
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