Más allá de intentar entender la solidaridad en su sentido
etimológico o epistemológico, es necesario comprenderla desde su sentido
práctico. El significado llega con el hecho de vivirla, sin necesariamente
saber que justo aquello se denomina solidaridad. Y es que estamos acostumbrados
a entender éste y otros conceptos siempre antes de arrojarse a vivirlos, de tal
modo, podemos anticiparnos y elegir racionalmente si estamos dispuesto o no a
vivir lo que denominaremos “experiencias de solidaridad”.
De alguna manera, la
estructura racional de nuestro ser nos sitúa en la opción de elegir ser
solidarios o no, cuándo serlo, con quién serlo, por qué serlo; y luego de esto,
cuando tenemos las respuestas relativamente claras, pues nos lanzamos al acto y
a la experiencia dotada de seguridad y certidumbre.
Cabe preguntarse
entonces dónde se sitúa nuestra propia solidaridad en este gran espectro de
formas de solidaridad. Estamos de acuerdo en que todos hemos decidido venir
posterior a un acto de renuncia absoluta, renuncia al confort que genera la
certidumbre del día a día, confort que provoca no tener que enfrentarse con
situaciones de injusticia que te hacen retorcer de la rabia, renuncia a las
condiciones materiales que no sabemos por qué resulta tan evidente
pensar que es natural contar con ellas, renuncia a una forma de vida, renuncia
a la pulsión de anticiparnos a todo.
Sucede que nos
encontramos con la situación de un pueblo que muchas veces ha sido beneficiario
de la solidaridad internacional –como un caso típico de reacción post
catástrofe- pero que en realidad, la misma solidaridad internacional, hasta
ahora no ha absorbido su gran capital de resiliencia y resistencia.
Solidaridad es darnos
cuenta que somos parte de un sistema que resulta ser más solidario que lo que
racionalmente podemos pensar acerca del término. Que esta solidaridad es parte
de un proceso dialéctico que va alimentando y condicionando una forma de vida,
donde el recibir es igual de importante que el dar, sobretodo que uno es causa
y efecto del otro.
En estos términos,
no es necesario empecinarme sólo en dar, sino que también en el proceso
inverso, ese que me nutre y enseña para seguir dando en función de lo que voy
recibiendo, como dos procesos perfectamente opuestos, pero a la vez
complementarios.
Es decir, sólo en el
momento que abandonemos la idea de solidaridad como parte de un proceso dual
donde hay elegidos para dar y elegidos para recibir podremos entender la importancia
de ejercer solidaridad independiente de la situación, momento o posición.
Para mí, la forma
más efectiva de vivenciar la solidaridad es sentirte beneficiado por las
personas a quienes en algún momento pensaste ayudar. La solidaridad se torna
efectiva en el preciso momento en que se vive en el sentido inverso a como se
pensó. No basta con dar para vivirla, sino más bien el tema esencial radica más
en el recibir, en el recibir algo que no esperábamos, en el recibir algo que ni
siquiera estábamos pidiendo ni tampoco preparados para recibir.
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