miércoles, 20 de diciembre de 2017

Autolimitaciones


La libertad del hombre es limitada en muchos aspectos físicos, psicológicos, emocionales y sociales como bien lo afirma Víctor Frankl Aunque uno quiera, no puede cambiar sus características genéticas, ni aumentar su coeficiente intelectual más allá de cierto punto, ni tampoco tiene el poder de terminar con las crisis económicas o las guerras del mundo. Sin embargo, hay muchas otras cosas que las personas se dicen constantemente que “no pueden hacer” y eso es, en realidad, una forma de no enfrentar la realidad de las cosas, decir por ejemplo:

No puedo titularme, no puedo bajar de peso, no puedo dejar a esa persona, no puedo cambiar de trabajo, no puedo organizarme, no puedo tolerarlo.

En estos ejemplos podemos ver como el recurrente “no puedo” es una manera que utilizamos las personas para autolimitarnos a través de nuestra forma de hablar.

Lo cierto es que, en cada uno de los ejemplos mencionados, si las personas que lo dicen se lo propusieran, podrían lograr bajar de peso, separarse de una persona, cambiar de trabajo,  aprender a organizarse o tolerar algo que dicen no poder.

La mayoría de las veces aquellos “no puedo” que se utilizan de manera recurrente son un autoengaño, una manera de hablarse a sí mismos o a los otros para no asumir la responsabilidad de las propias elecciones.

Cada vez que decimos “no puedo” estamos evadiendo la responsabilidad de nuestras propias decisiones de manera velada, como si en realidad no tuviéramos el poder para hacer aquello que encadenamos bajo la frase “No puedo”.

Con sólo decir “no puedo”  la persona aleja, de manera segura, sin tener que asumir su responsabilidad,  el asunto que le incomoda. Se  convence de que, en realidad, el asunto en cuestión no depende de ella ni de sus elecciones, sino de otras personas, de circunstancias externas o, incluso, de su inconsciente, al cual tampoco puede controlar.

Si la persona se protege detrás del  “yo no puedo hacerlo“no soy capaz”, evade la responsabilidad de aquello que, en realidad,  no se atreve a enfrentar de manera directa.

Sería mejor que la persona se enfrentara cara a cara con el “no quiero hacerlo”, así, por lo menos, podrá reconocer las verdaderas razones o motivos de su elección y, además de asumir la responsabilidad de que no son los otros, no es el destino, sino él mismo el que elige o decide no hacerlo, podría recuperar su propio poder al darse cuenta de que en realidad no es víctima de otros ni del destino que no le permiten alcanzar una meta, sino que es una elección personal con  razones de fondo, que hasta ahora no había podido reconocer.

Tal vez, con un poco de suerte, al reconocer las verdaderas razones por las que has elegido que no quieres algo, puedas encontrar la solución a esos problemas que te han perseguido desde hace tanto tiempo y ponerte en acción para decidir lo que realmente quieres hacer de una manera más auténtica  y  más responsable.

 Si al final decides que, de cualquier manera, no quieres hacer algo, la ventaja será de que ya no culparás a otros y te podrás responsabilizar tú mismo de esa decisión asumiendo, con valor,  las consecuencias.

Finalmente, eso ya es un cambio, reconocer las decisiones personales claramente y asumir la propia responsabilidad y las consecuencias de nuestras elecciones personales es, sin duda, un acto de madurez emocional.



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