El éxito en las relaciones humanas consiste, primero, en
dar, después en dar más y, por último, seguir dando.
¿Te ha quedado claro? Si son los demás los que verdaderamente
valoran y convierten tus acciones en un conjunto exitoso para alguien diferente
a ti mismo, como decíamos el otro día, se revela evidente que el éxito en las
relaciones personales se encuentra en lo que les aportes a los de enfrente, y
aportar es sumar a alguien de tu parte, es darte, es dar. Más alto se puede
decir, más en negrita y más grande se podría escribir, pero no más claro. Hay
un antes y un después de esta afirmación, si la interiorizas y empiezas a
aplicarla. El mundo de hoy no es el mejor de los escenarios, con tanta
información y tanta manipulación, con tanta velocidad y ensimismamiento, pero
es nuestra obligación no dejar que eso suceda irremediablemente y acabe por
conminarnos en vivencias personales totalmente aisladas de la realidad e
inscritas en una virtualidad mal entendida.
Por nuestro natural, tendemos mujeres y hombres a relajarnos
en las relaciones de amistad, de pareja, laborales o lúdicas con el transcurso
de las mismas. Parece que nos cansemos de los mismos escenarios pasado un
tiempo y, bien mirado, es razonable si se tiene disposición a ser sincero y
justo.
No lo considero malo, sino normal, pues el ser humano tiene una
querencia natural por transformarse que habita en la base diferencial de
nuestra especie, lo que nos ha hecho humanos y especie dominante en el planeta:
la curiosidad y las ganas de crecer y evolucionar, de buscar cosas diferentes y
nuevas. Si bien cierto es, por ende no se puede olvidar tampoco la fantástica
potestad que albergamos para apostar por puntos fuertes de voluntaria elección
y ser capaces de movilizarnos por ellos, transformando el mundo desde nuestras
elecciones.
Es una capacidad “innovadora” que dota de interés continuo y
remozado a cualquier situación perenne, un poder que nos permite salvaguardar
de una involución no deseada cualquier relación que requiramos.
Como ejemplo, mantener en el amor de una pareja la misma
intensidad que se tenía al inicio, en una adolescencia o en los encuentros
primeros, por poner un par de casos, es del todo improbable, pues el
descubrimiento se produce en un periodo de tiempo determinado. Ahora bien,
también lo es que dicho amor no madure al calor de los acontecimientos
superados en común y en un proyecto conjunto querido por ambos.
Por tanto, esa
tendencia natural que se presenta en todas las facetas de la vida no es óbice
para conseguir momentos que sí tengan la intensidad que promueve el crecimiento
de dicha relación, momentos seleccionados, y preparados incluso, en los que
radiquen la magia de nuestra aportación, de la consciencia de lo importante que
esa persona es en nuestra vida y el modo en que lo note, si nos aferramos al
ejemplo. Para ello, y estamos hablando de un caso tan singular como el de la
pareja, hay que seguir dando siempre.
Pues serán fundamentales, de entrada, una buena cortesía y
una sincera aproximación. Estar por todo tipo de detalles que hagan sentir y
entender al interlocutor que nuestra intención primera es dar, estar por el
otro para ayudar cuando sea menester y que lo que le pasa a esa persona nos
importa. Y que es y será así. Si le contagiamos que sentimos su valor y que lo
que le ofrecemos consideramos que tiene valor para él, aunque hayamos venido a
venderle una Enciclopedia Británica por fascículos nos escuchará de buena gana.
Adentrarnos en ese “todo tipo de detalles” será mi objetivo en adelante, pero
partiendo de una férrea e inquebrantable voluntad de uno mismo por cumplir la
máxima del título de este artículo: para triunfar en el mundo de las relaciones
personales, o sea, sociales, el primer requisito es querer dar, darse a los
otros, el segundo es seguir queriendo pasado un tiempo y, por último, no
desfallecer en ello nunca.
Sin esa decisión personal, no hay ninguna garantía
de éxito, por lo que os conmino a que vayáis meditando el alcance de vuestra
predisposición.
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