Sabemos que el Estado del bienestar enfatiza, además, los
derechos sociales: trabajo, educación, pensiones, y precisamente son estos
derechos los que exigen una transformación, no sólo de las políticas
gubernamentales sino de las mentalidades y actitudes individuales.
Una
transformación hacia la solidaridad que obliga, por ejemplo, a emprender tareas
tan urgentes hoy como redistribuir el trabajo, resolver las discriminaciones
étnicas -formas de desigualdad que provienen de la insolidaridad entre la
gente, del miedo y la desconfianza hacia lo desconocido-, y aunar esfuerzos
hacia la sensibilidad ecológica que detenga el deterioro del medio ambiente.
Partimos de la base de que la solidaridad es una actitud,
una disposición aprendida, que tiene tres componentes: cognitivo, afectivo y
conativo. De aquí que los conocimientos que una persona tiene son suficientes
para fundamentar la actitud acompañados del componente afectivo -el fundamental-,
y el conativo o comportamental que sería el aspecto dinamizador de dicha
actitud.,
Entre los determinantes de las actitudes existen los
factores genéticos y fisiológicos, pero también los de contacto directo con el
objeto de actitud, es decir, que las actitudes se aprenden a través del proceso
educativo. Así mismo, el ejemplo o las enseñanzas o recomendaciones de los
otros influyen en nuestras actitudes, pero el contacto directo con los objetos
es un factor de capital importancia en la conformación de las mismas, también
el factor ambiental, porque la infancia es la etapa decisiva que en buena
medida predetermina cuáles serán las actitudes básicas generales del sujeto ya
adulto, la pertinencia a un grupo, la comunicación, las características de la
personalidad y la conducta.
Todas estas variables contribuyen a que las
personas tengamos ciertas actitudes ante los sucesos o individuos.
Pero adentrándonos más en la actitud de solidaridad,
calificada por Victoria Camps de virtud sospechosa, por ser la virtud de los
pobres y los oprimidos. Nos dice que no es un concepto frecuente ni central de
la ética como la justicia, pero que sin duda va ligada a ella. La justicia
intenta hacer realidad esa hipotética igualdad de todos los humanos y la no
menos dudosa libertad en tanto derechos fundamentales del individuo. Pero la
justicia depende, en buena parte de la buena voluntad de los individuos. Los
buenos sentimientos como la solidaridad ayudan a la justicia pero no la
constituyen.
Se defiende la solidaridad como el valor que consiste en
mostrarse unido a otras personas o grupos, compartiendo sus intereses y sus
necesidades.. El valor, para ciertos autores, es un concepto más amplio que el
de actitud, porque sobre un mismo valor se fundamentan varias actitudes más específicas.
Por otro lado, la solidaridad se tilda de virtud, que debe
ser entendida como condición de la justicia, y como aquella medida que, a su
vez, viene a compensar las insuficiencias de esa virtud fundamental. Por lo
tanto, la solidaridad se convierte en un complemento de la justicia.
Hasta aquí hemos visto que podemos hablar de solidaridad
como actitud, valor y virtud, depende de la fundamentación teórica que
proporcionemos al tema.
Creemos importante destacar el hecho de que la solidaridad
implica afecto: la fidelidad del amigo, la comprensión del maltratado, el apoyo
al perseguido, la apuesta por causas impopulares o perdidas, todo eso puede no
constituir propiamente un deber de justicia, pero si es un deber de
solidaridad. De todas formas como expresión del sentimiento que es, no funciona
como un deber frío e impuesto desde la autoridad.
Un análisis del concepto de solidaridad nos ofrece los
siguientes componentes esenciales: compasión, reconocimiento y universalización
(García Roca, 1994, citado por ORTEGA, P y otros).
1) Compasión: porque la solidaridad es un sentimiento que
determina u orienta el modo de ver y acercarse a la realidad humana y social,
condiciona su perspectiva y horizonte. Supone ver las cosas y a los otros con
los ojos del corazón, mirar de otra manera. Conlleva un sentimiento de
fraternidad, de sentirse afectado en la propia piel por los sufrimientos de los
otros que son también propios.
2) Reconocimiento: no toda compasión genera solidaridad,
sólo aquella que reconoce al otro en su dignidad de persona. La solidaridad así
tiene rostro, la presencia del otro demanda una respuesta.
3) Universalidad: “La desnudez del rostro”, la indefensión y
la indigencia es toda la humanidad y simboliza la condición de pobreza de
esfera intimista y privada.
A partir de estas premisas podemos preguntamos el porqué de
este recién llegado interés por la solidaridad. ¿Serán los graves problemas
sociales que se han ido gestando en nuestra sociedad consumista y desarrollada:
la marginación, las guerras, la xenofobia, el sida, las drogas, etc.? El
bienestar material produce individuos insolidarios, despreocupados de la suerte
del otro y de los otros.
Se dice que en la actualidad existe una creciente
demanda de solidaridad, junto a justicia, igualdad y libertad y que ésta
implica progreso social. No se trata solamente de compasión por los males y
sufrimientos de los demás, sino que se requiere o se exige un comportamiento
ético, responsable y solidario, que las decisiones tengan una dimensión social
además de personal.
Pero la solidaridad es una posibilidad y un imperativo, de
ningún modo contraria al cuidado de cada uno por su propia persona.
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