Un comentario mordaz, un insulto, una ironía o un simple desaire son, a veces, motivo suficiente para hacernos estallar. Ante tal situación comienza a invadirnos un calor interno, nuestro corazón se acelera y sentimos la imperiosa necesidad de defendernos. En muchos casos, transcurrido un tiempo y ya más calmados, nos arrepentimos de nuestra actuación previa. Por ello resulta tan necesario aprender a controlar impulsos.
Son muchas las ocasiones en que nos planteamos el firme propósito de adoptar una actitud diferente. No obstante, cuando nos encontramos de nuevo ante una situación similar, no podemos evitar perder el control. ¿Qué sucede que nos lleva a dejar de lado nuestro razonamiento lógico y nuestras intenciones conscientes?. ¿Cómo podemos recuperar las riendas?.
El principal elemento que debemos considerar es que ante situaciones de esta clase no actuamos, reaccionamos. Actuar significa emitir deliberadamente la conducta que deseamos y hemos seleccionado. Desde esta posición nos mantenemos al mando de nuestras emociones y de nuestros actos. Tras sopesar las opciones y las posibles consecuencias derivadas, elegimos qué decir o hacer.
Por el contrario, cuando reaccionamos, renunciamos a nuestro poder personal. Soltamos el timón y quedamos a al deriva de nuestra intensidad emocional. Los actos y las palabras se vuelven incontrolables, porque hemos dejado el poder en manos de un impulso.
Cuando esto ocurre son nuestras heridas las que hablan, son nuestros miedos los que se manifiestan. Es esa parte dañada y oculta de nuestro interior la que halla el momento perfecto para salir a la luz. Curiosamente, nuestros mayores estallidos emocionales ocurren cuando alguien toca nuestro punto débil: aquella parte de nuestro ser que nosotros mismos no aceptamos.
Si la otra persona nos comenta o recrimina algo con lo que nos encontramos en paz, no aparece el impulso. Cuando se trata de un aspecto que reconocemos y hemos aceptado, somos capaces de actuar. Por el contrario, cuando atacan un ámbito que no hemos integrado, reaccionamos para aplacar el miedo.
El primer paso, y esencial, para lograr controlar impulsos como la ira, es hacer las paces contigo mismo. Conócete en profundidad y acéptate como eres. Asume tus errores pasados, tus limitaciones, y abrázalos. Esto no significa que te resignes ni permanezcas estancado; al contrario, si algo en ti o en tu vida te desagrada, busca el modo de modificarlo. Sin embargo, antes de eso, acéptalo plenamente.
Eres humano, tienes virtudes y defectos, aciertos y fallos. Conócete, ámate y acéptate y nada de lo que alguien externo te diga logrará hacerte daño. Pues tú ya serás consciente de ello y lo habrás integrado en tu historia. Quien está en guerra consigo mismo, nunca estará en paz con el mundo.
Es evidente que hay ciertas situaciones intolerables, ante las que es tu derecho y tu deber proteger tu integridad. Nadie debe aceptar faltas de respeto, humillaciones, ni maltrato de ningún tipo. No obstante, a lo largo del día encontramos una gran variedad de situaciones pequeñas y de poca importancia que nos alteran más de lo que nos gustaría.
Aprende a escoger tus batallas. No es necesario que malgastes tu energía en asuntos irrelevantes. Recuerda que cuando alguien te ofende, se está retratando a sí mismo y no a ti. Recuerda que tienes siempre la capacidad de decidir cómo interpretar una situación: los otros no te enfadan, tú decides si les das ese poder. Por tanto, no olvides que es más sano tener paz que tener razón.
No te desgastes tratando de hacerte oír por quien no quiere escucharte. No es tu responsabilidad convencer ni educar a nadie. Priorízate, persigue tu paz y escoge sabiamente tus batallas.
Incluso en aquellas situaciones que no has logrado integrar, o que requieren una respuesta debido a su gravedad, has de tratar de mantenerte al mando. Para ello, intenta tomarte unos segundos antes de actuar: este pequeño espacio de tiempo puede marcar la diferencia entre actuación y reacción.
Ten presente que no es más valiente el que más grita, y que eres completamente capaz de defender tus derechos sin agredir a la otra persona. Trata de comunicarte con firmeza pero con asertividad. No delegues tu poder, que los comentarios ajenos no te controlen.
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