Situación En Cataluña
Cataluña se ha convertido en problema para la izquierda
española. En un entorno tan polarizado, las posturas negociadoras que solían
invocar tienen las de perder, al menos durante bastante tiempo.
Esa parte
de la sociedad catalana que quería mayores niveles de autogobierno pero no
abandonar el Estado es ya mucho menor, y en España, ante el órdago
independentista, se les percibe como tibios: su aceptación cae por ambos
sitios.
La izquierda lo tiene peor ante el ruido de sables, sí, pero
también porque ha movido sus piezas de una forma endeble, priorizando los
discursos culturales en lugar de insistir en los materiales, lo que ahora les
pasa factura. Era algo normal en el PSOE que hemos conocido hasta ahora, porque
esa insistencia en el diálogo con el País Vasco o Cataluña era lo que les
permitía aparecer como progresistas mientras instigaban desde el Gobierno
políticas económicas de derechas, y también en Podemos, que llevó un paso más
allá la idea de los socialistas y que cuenta con grupos como los
anticapitalistas, que entienden que “el legítimo derecho a votar puede acelerar
el proceso destituyente del régimen y avanzar en una profundización democrática".
Sin embargo, el problema catalán, que existe y al que se le
debe dar una solución, debería ser reconsiderado desde ese espectro
ideológico: poco tiene que ver con el derecho de autodeterminación de los
pueblos que decían defender.
En un escenario global en el que las diferencias
territoriales e intranacionales han aumentado, la reacción más frecuente ha
sido de la aumentar la fragmentación. Al igual que la escasez de empleo en los
países occidentales no ha provocado una mayor unión entre trabajadores, sino un
contexto en el que cada cual se ha buscado la vida como ha podido, con las
naciones y las regiones ha ocurrido igual.
En este mundo fragmentado y complejo, cada territorio está
calculando cuáles son sus mejores opciones para competir
Las dos principales tendencias que ha generado la
globalización las conocemos bien. Por una parte, ha consolidado una élite
transnacional, cosmopolita, que aboga por la libre circulación de flujos y unas
fronteras más endebles, que se reúne en lugares cerrados, como el Foro de
Davos, y cuyas ideas son recogidas por instituciones internacionales FMI y
difundidas por The Economist, The New York Times o Financial Times. Esa es
la corriente dominante, aquella con cuyas creencias concuerdan la gran mayoría
de gobernantes occidentales, y especialmente la UE.
En segundo lugar,
también ha provocado un repliegue hacia la religión y hacia las posturas
integristas, especialmente (pero no solo) en aquellos países con menor nivel de
vida y donde las desigualdades son mucho mayores, que han
encontrado en los preceptos religiosos una manera de conservar la comunidad y
de oponerse a un mundo descreído e infiel.
Somos modernos y globales, tenemos una buena situación
geográfica y contamos con Barcelona; yendo solos conseguiríamos mucho más
Pero también ha
generado algo más, y Cataluña tiene que ver con eso: en este mundo fragmentado
y complejo, cada territorio está buscando su propio lugar. El actual gobierno
de los EEUU cree que es mucho mejor finalizar las viejas alianzas, replegarse
hacia el interior y negociar una nueva posición en el mundo. China o Rusia
también poseen ese deseo de asentarse como potencias decisivas en el contexto
global y están desarrollando sus propios planes. En esa recomposición
geopolítica, hay territorios que piensan igualmente que
rompiendo los lazos que les unen a otros Estados les irá mucho mejor.
Así ha ocurrido con
el Reino Unido, y así lo creen muchos ciudadanos de Francia, Grecia o Italia,
para quienes la UE, en la actual forma de dominio alemán por el euro, les
perjudica mucho más que les beneficia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario