Uno de los aspectos más enigmáticos y cautivadores del
universo en el que vivimos es la sincronicidad. A todos nos ha pasado en
alguna ocasión una coincidencia tan improbable que nos resulta ominosa, mágica,
epifánica o perturbadora. Conexiones entre sucesos, personas e información que
trascienden la realidad convencional: como si las cosas tuvieran hilos
invisibles que sólo por momentos —en estados de conciencia elevados o por
una misteriosa alineación— podemos vislumbrar.
Aunque el concepto de sincronicidad existe al menos desde el
tiempo de los Vedas, fue el psicólogo suizo Carl Jung quien acuñó el término e
inició el estudio de este fenómeno de manera rigurosa, si no científica: la
dificultad de abordar la sincronicidad desde una metodología solamente
científica yace en que los eventos que se concatenan lo hacen sin tener una
causa, al menos no una causa que podamos encontrar dentro de los límites de la
física clásica y de un universo mecánico.
Consciente de la vastedad y elusividad del principio de la
sincronicidad, Jung ensayó diversas definiciones a manera de un acercamiento
teórico. Empezando desde lo más general y sintético podemos decir con Jung que
la sincronicidad es "la ocurrencia temporal coincidente de eventos
acausales", que es un "principio de conexión acausal", una
"coincidencia significativa" o que es un "paralelismo
acausal".
Siguiendo este tren de ideas
podemos hablar de algo como un "dreamwake continuum", similar a Alcheringa, el "Tiempo del Sueño"
de los aborígenes australianos, en el que se disuelven las fronteras entre lo
que soñamos y vivimos, es más, lo que hacemos soñando se filtra a la realidad y
se convierte en lo que vivimos —posiblemente las ideas platónicas y los
arquetipos que gobiernan el mundo en la psicología jungiana se proyecten a nuestra
realidad desde estos espacios astrales de ensueño.
El mismo Jung percibió esta
analogía creativa en la sincronicidad: "La sincronicidad en sentido
estricto solo es un caso especial de un orden general acausal que da lugar
a actos de creación en el tiempo". De manera más poética, Octavio Paz había
dicho: "Hay que dormir con los ojos abiertos /hay que soñar con las
manos/soñemos sueños activos de río/buscando su cauce/sueños de sol soñando sus
mundos".
Una disciplina etérea
probablemente rendirá frutos: las imágenes que generamos en el fuero interno
—con el fuego interno— se podrán volver vibrantes edificios para
experimentar los deseos narrativos más profundos de nuestro espíritu.
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