Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
El Artículo 18 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos dice:
“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de
religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de
creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia,
individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Solemos defender la libertad de expresión,
aunque no tenemos costumbre de pararnos a pensar si tenemos libertad de
pensamiento. Entendiendo
a esta como la oportunidad de tomar una decisión libre y meditada con la
que elijamos nuestros valores sin condicionamiento cultural, político, social
ni económico.
Desde que nacemos, lo habitual
es que las personas que nos cuidan traten de hacernos partícipes de su manera
de pensar. Pueden hacer esto de una manera abierta,
manifestándolo directamente, o indirecta, solo permitiéndonos contacto social
con las personas que siguen su misma línea de pensamiento y no hablando
demasiado bien de las que se oponen.
“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad
esperas poder tener?“
-Arturo Graf –
Es difícil saber si somos libres para pensar. Lo cierto es
que estamos condicionados por lo que
hemos vivido y habitualmente lo tomamos como punto de partida
para construir el resto del mapa que configuran nuestros pensamientos. Así,
este condicionante ha penetrado tan hondo en nosotros que puede costarnos una
gran cantidad de esfuerzo y
tiempo determinar cuánta y cómo ha sido su influencia.
Esto significa que es difícil opinar o pensar de una manera
distinta a la que estamos acostumbrados. Hacerlo probablemente supondría
poner en cuestión otros aspectos que van más allá de la parcela que nos ha
elicitado ese pensamiento. Sería como arriesgarnos a que ocurriera un
pequeño o gran terremoto.
Sin embargo, pensar libremente sería “salirse” de cualquier
opinión o forma de vida conocida, cuando en realidad, estamos
acostumbrados a coincidir y agruparnos en semejanza de opiniones. Bien
mostrando acuerdo hacia lo que piensan “los nuestros” o bien mostrando
desacuerdo hacia lo que piensan “los otros”.
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