¿Para quién es la filosofía?:
“- Ningún dios se ocupa en filosofar, ni desea adquirir el
saber (ya que lo posee), y ningún otro que posea el saber se ocupará en
filosofar. Pero, por otra parte, tampoco los ignorantes se ocupan en filosofar,
ni desean adquirir el saber; ya que es fundamentalmente la desgracia de la
ignorancia que quien no es ni bello, ni bueno, ni tampoco inteligente, se
imagina serlo tanto como es necesario. Aquél que no piensa estar desprovisto no
tiene por tanto el deseo de aquello de lo cual no cree necesario estar
provisto.
– En estas condiciones, ¿quiénes son, Diotima, los que se
ocupan en filosofar, puesto que no son ni los sabios ni los ignorantes?
– Es algo tan claro, respondió ella, que incluso un niño lo
vería: son los intermedios entre una y otra especie, y el Amor es uno de ellos.
Puesto que la ciencia, sin duda alguna, está entre las cosas más bellas; pues
el Amor tiene a lo bello por objeto de su amor; en consecuencia es necesario
que el Amor sea filósofo y, en tanto que filósofo, intermediario entre el
sabio y el ignorante.”
La sabiduría es un estado del
alma:
“- Pero cuando (el alma) busca sola y por sí misma, entonces
llega al campo de lo puro, lo eterno, lo inmortal y lo inmutable, y siendo de
naturaleza semejante a ello, permanece sola por sí misma e independiente, se
queda por siempre a su lado y deja de vagar, permanece entonces en el campo de
lo absoluto, lo constante y lo inmutable, en contacto con aquello que es de
naturaleza similar. Y este estado del alma es lo que se llama sabiduría”.
El camino de la dialéctica:
“- Es necesario, por tanto -dije-, que, si esto es verdad,
nosotros consideremos lo siguiente: que la educación no es tal como proclaman
algunos que es. En efecto, dicen, según creo, que ellos proporcionan
conocimiento al alma que no la tiene del mismo modo que si infundieran vista a
unos ojos ciegos.
– En efecto, así lo dicen- convino.
– Ahora bien, la discusión de ahora -dije- muestra que esta
facultad, existente en el alma de cada uno, y el órgano con que cada cual
aprehende, deben volverse, apartándose del mundo del devenir, con el alma entera
-del mismo modo que el ojo no es capaz de volverse hacia la luz, dejando la
oscuridad, sino en compañía del cuerpo entero-, hasta que se halle en
condiciones de afrontar la contemplación del ser, e incluso de la región más
brillante del ser, que es aquello a lo que llamamos bien. ¿No es eso?
– Eso es.
– Por consiguiente -dije-, puede haber un arte de descubrir
cuál será la forma más fácil y eficaz para que este órgano se vuelva; pero no
de infundirle visión, sino de procurar que se corrija lo que, teniéndola ya, no
está vuelto donde debe ni mira donde es menester.
– Tal parece- dijo”.
“- Pues bien- dije yo-, si este órgano del alma hubiese
sido, ya desde la niñez, sometido a una poda y extirpación de esa especie de
pesos de plomo, emparentados con el nacimiento y el devenir, que, adheridos por
medio de la gula y de otros placeres y apetitos semejantes, mantienen vuelta
hacia abajo la visión del alma; si, libre de ellos, se volviera de cara a lo
verdadero, ese mismo órgano de aquellos mismos hombres vería también con
la mayor agudeza esa realidad superior, de igual modo que ve ahora aquello
hacia lo cual está vuelto.
– Es natural- dijo.”
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