jueves, 5 de octubre de 2017

Anhelos


Nuestros deseos nos mueven y nos lanzan adelante, hacia el lugar en donde esta lo que deseamos; nos hacen tomar decisiones que marcan el rumbo que le vamos dando a nuestra vida. Caminamos tras nuestros deseos.

A veces nos parece que nuestros deseos son insaciables: corremos tras ellos pasando de uno a otro y cuando llegamos a tener aquello que deseamos aparecen nuevos deseos y metas por conquistar…

Vivimos con la sensación que nunca logramos todo lo que deseamos, que siempre tenemos deseos de más y más, que no hay nada ni nadie que pueda llenar los anhelos “sin fondo” de nuestro corazón. 

Nuestros deseos se encuentran todo el tiempo con el límite de nuestra realidad humana: están condicionados por el tiempo y el espacio: quiero estar aquí, pero también allí y allí… y en muchos lados a la vez; quiero tener una vida profesional y a su vez pasar más tiempo con mis hijos; quiero acompañar a mis padres, y me encuentro en proyectos laborales que me llevan lejos; quiero tener muchas cosas, y el límite de lo que gano no me lo permite; quiero poder controlar muchas cosas, y descubro que casi todo escapa a mi control; quiero la salud para las personas que amo, pero la enfermedad irrumpe de improviso.

En ocasiones, incapaces de tolerar este límite, no queremos escucharnos y buscamos aturdirnos y excedernos con cualquier cosa intentando colmar o calmar el vacío que tanto nos duele. Pero no podemos. La desilusión, el engaño, la frustración, y el miedo se vuelven fantasmas amenazadores. El corazón no nos deja engañarnos por mucho tiempo, y la vida misma nos va poniendo en situaciones y encrucijadas donde el mismo límite nos lleva a buscar algo más.

Nuestro corazón tiene deseos de eternidad, porque es al mismo Dios al que deseamos, lo sepamos o no. Desear a Dios supone, al mismo tiempo tensión y posesión; vacío y presencia; aquí y allá Dios es el que primero nos desea y su deseo despierta en nosotros esta inquietud, estas preguntas, esta atracción hacia “algo más”, hacia un más allá que nos trasciende y que no nos deja nunca satisfechos con lo que tenemos.

El deseo abre en nosotros el camino hacia Dios. Es la fuerza vital que nos anima a vivir y a crecer; es la fuerza de la evolución, el orden de la creación, de la vida y del amor. Es la chispa y el fuego, la luz y la oscuridad, la quietud y el movimiento, el tiempo y el espacio. Opuestos que se van resolviendo y unificando en la medida en que encontramos al Dios que buscamos y deseamos.


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