Hace un buen tiempo que me he percatado de que convivo
desde siempre, es decir desde que me reconozco como una persona humana, que
desde entonces convivo con un genio con el cual compartimos una misma estampa
que con el paso del tiempo se ha ido transformando en esta imagen con la cual
se nos reconoce ahora.
Convivir con un genio tiene sus particularidades
pues entre ambos, genio y persona se va construyendo una especie de simbiosis
que llega a un punto tal de que uno sinceramente no puede decir que es un
humano que tiene un genio o si por el contrario es este genio el que convive y
tiene una persona humana junto a él.
Así las cosas los años de convivencia, digamos de
fructífera convivencia, nos ha permitido a ambos un desarrollo armónico de
nuestras potencialidades, reconozco su ayuda en mis etapas formativas y su
absoluta imparcialidad en los temas afectivos o atinentes a los dictados del
corazón, especialmente en los conocidos “asuntos femeninos” que me han
caracterizado de alguna manera.
Ahora bien, este genio siempre se ha expresado en
absoluta prescindencia de lo que pudiera ser mi opinión personal, la que
considerando “ciertas circunstancias” hubiera quizás interpuesto alguna
objeción a sus tan inquietantes “genialidades”, pero lo concreto es que ambos
pensamos de “que la vida es así” y continuaremos las cosas como hasta ahora, lo
que equivale a decir que “genio y figura hasta la sepultura”
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