¿Tus padres?... ¿Tu pareja?... ¿Tus hermanos?... ¿Un antiguo amor?...
¿Tu suegra?... ¿Tu jefe?...
Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente
sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a
todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado
mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta
el día de hoy no entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla
de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o
te quita la paz. Nadie tiene la capacidad, a menos que tú le permitas, le abras
la puerta y le entregues el control de tu vida.
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero
no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos
que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor
lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios
o decisiones.
Cada día estoy más convencido de que las personas sufren no por lo que
le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle
respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó?
¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué
hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que
por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos,
pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle
dado el control a alguien ajeno a nosotros.” mundodefotografias.blogspot.com
De la misma manera de que no hay dos personas iguales - sin duda algunos
dirán que menos mal- todo parece indicar que tampoco “vemos lo mismo” esto se
evidencia al comparar nuestras reacciones ante situaciones que suelen
presentarse bastante a menudo en la complejidad de nuestra cada vez más
intempestiva convivencia.
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