A medida en que transcurre el tiempo en este mundo de los que estamos
vivos, y conste que nada tiene que ver el hecho de estar vivos con cualquier
otra interpretación, como la de “avivados” , por ejemplo, resulta de que nos
vamos dando cuenta de “algunas insinuaciones” de que el tiempo inexorablemente
pasa como bien puede ser el hecho de que algunas personas que han sido amigos
contemporáneos nuestros, ahora figuran en la nomenclatura de nuestra ciudad
dándole nombre a una serie de calles en los distintos barrios de la ciudad, es
como si nos recordaran aquel viejo dicho que nos dice: “que cuando el río
suena…” o el de aquel otro que aconseja: “cuando veas las barbas de tu vecino
arder pon las tuyas en remojo”.
Lo cierto que ya nos van quedando pocos contemporáneos y si permanecemos
en la actividad conservando algún atisbo de lucidez es de puro porfiado que
somos nada más.
Está claro que a esta altura ya son más los que no están que aquellos
que desafiando todos los pronósticos continúan obcecados en esta tan grata
tarea de continuar viviendo.
Lo que he podido observar cuando tránsito por las calles céntricas o
cuando visitamos lugares con cierta aglomeración de personas como pueden ser,
locales comerciales, plazas de comida rápida, etc. es la presencia de personas
mayores, parejas con hijos o también, por qué no, algunos nietos, que estas
personas con la cuales me cruzo y saludo cordialmente conservan en sus aspectos
físicos o en algunas de sus espontáneas expresiones, como si fuesen flases de
imágenes congeladas en el tiempo, de aquellos viejos amigos que nos transmiten
su impronta y pareciera que nos dijeran “hola como estas amigo” aquí
continuamos en las nuevas generaciones.
Esta es una muy dulce sensación que perdura y que nos ayuda a comprender
mejor muchas cosas.
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