“De esto se trata, en
gran medida, el “ser o no ser” felices. Se trata de qué hicimos con nuestros
sueños. Porque sueños tenemos todos:
-sueños propios y
sueños prestados.
-sueños humildes y sueños de grandeza.
-sueños impuestos y sueños olvidados.
-sueños horribles y sueños encantadores.
-sueños humildes y sueños de grandeza.
-sueños impuestos y sueños olvidados.
-sueños horribles y sueños encantadores.
Nuestra vida está
llena de sueños. Pero soñar es una cosa y ver qué hacemos con nuestros sueños
es otra. Por eso, la pregunta inicial es, siguiendo al tango, qué hicimos, qué
hacemos y qué haremos con esa búsqueda llena de esperanzas que los sueños,
ellos, prometieron para bien y para mal a nuestras ansias. El sueño del que
hablamos no es una gran cosa en sí mismo: una imagen de algo que parece
atractivo, deseable o por lo menos cargado de cierta energía propia o ajena,
que se nos presenta en el mundo del imaginario. Nada más y nada menos. Pero si
permito que el sueño me fascine, si empiezo a pensar “qué lindo sería”, ese
sueño puede transformarse en una fantasía. Ya no es el sueño que sueño mientras
duermo.
La fantasía es el
sueño que sueño despierto; el sueño del que soy consciente, el que puedo
evocar, pensar y hasta compartir. “Qué lindo sería” es el símbolo de que el
sueño se ha transformado. Ahora bien, si me permito probarme esa fantasía, si
me la pongo como si fuera un saco y veo qué tal me queda, si me miro en el
espejo interno para ver cómo me sienta y demás… entonces la fantasía se vuelve
una ilusión. Y una ilusión es bastante más que una fantasía, porque ya no la
pienso en términos de que sería lindo, sino de “cómo me gustaría”. Porque ahora
es mía.
Ilusionarse es
adueñarse de una fantasía. Ilusionarse es hacer propia la imagen soñada. La
ilusión es como una semilla: si la riego, si la cuido, si la hago crecer, quizá
se transforme en deseo. Y eso es mucho más que una ilusión, porque el “qué
lindo sería” se ha vuelto un “yo quiero”. Y cuando llego ahí, son otras las
cosas que me pasan. Me doy cuenta de que aquello que “yo quiero” forma parte de
lo que soy. En suma, el sueño ha evolucionado desde aquel momento de
inconsciencia inicial, hasta la instancia en que claramente se transformó en
deseo sin perder el contenido con el cual nació. Sin embargo, la historia de
los sueños no termina aquí; muy por el contrario, es precisamente acá, cuando
percibo el deseo, donde todo empieza.”
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