Filosofía
El hombre, animal retórico
Cinco principios fundamentales, que yo llamaría aspectos o caminos de
investigación, propone Jørgen Fafner para lograr una comprensión amplia y
adecuada de la retórica: la concepción de lo humano, la concepción de lo que es
el lenguaje, la credibilidad (pístis), la habilidad (que yo llamo arte) y la
oralidad (Fafner [1997]). Es un esquema muy útil al que me adhiero sin
reservas.
El primer principio o aspecto, el principio antropológico de la
retórica, encaja bien con la concepción que yo sostengo de la retórica como
disciplina fundamental. La tesis de partida para esta concepción
antropológicamente fundamentada de la retórica puede encontrarse en un lugar
tan leído como mal meditado y analizado de la Política de Aristóteles
{1253a 7-18}:
«Está claro por qué razón el ser humano es un animal social en mayor
medida que cualquier abeja o cualquier animal gregario: la naturaleza no hace
-como es usual decir- nada en vano y entre los animales solamente el ser humano
está en posesión de logos. El sonido producido por la voz es signo de
dolor y de placer y por eso también los animales lo tienen, pues su naturaleza
les permite sentir dolor y placer y dar a conocer ese sentimiento entre ellos;
pero el logos permite manifestar lo provechoso y lo nocivo, así como
lo justo y lo injusto siendo atributo exclusivo del ser humano, a diferencia de
otros animales, el tener conocimiento de lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, etc. Y la participación en estas cosas es lo que da su origen a la
sociedad doméstica y a la sociedad civil.»
Este pasaje central representa el punto de partida de una antropología y
de una teoría de la acción comunicativa que puede medirse con la de Habermas
aventajándola.
El logos griego, que significa tanto la acción de pensar como
la de hablar (ratio et oratio, como diría Cicerón, jugando con las palabras,
para reconstruir el viejo concepto griego que la ratio latina
convierte en unilateralmente cognitivo) es lo que caracteriza y distingue al
hombre del animal, por un lado, y de Dios por otro. Estudiar la facultad
discursiva del ser humano es lo mismo que estudiar al propio ser humano, pues
la facultad de palabra es la diferencia específica del ser humano y
comprender al hombre es comprender lo que supone el hablar. Con esto se
constituye la retórica,
concebida como la investigación científica del uso de esa
facultad, en lo que Jørgen Fafner llama una ciencia fundamental (Fafner
[1997]), yo diría que el más fundamental de nuestros conocimientos teóricos.
Aun cuando Aristóteles comienza su tratado de retórica señalando que la
retórica es la contrapartida (antístrofos) de la dialéctica -siendo la
dialéctica, junto con la analítica, los nombres que Platón y Aristóteles
utilizaran para referirse a lo que llamamos lógica- la tradición ha querido
asociar la retórica a la poética más bien que a la lógica.
Se ha dicho que la concepción occidental de la racionalidad y de la
ciencia habrían sido muy diferentes si los escritos retóricos de Aristóteles
hubieran sido clasificados entre los escritos que Andrónico de Rodas denominó Órganon,
es decir entre sus escritos lógicos. Yo creo sin embargo que la
explicación que cabe es justamente la inversa: la concepción de la ciencia, la
racionalidad y la lógica dominante en Occidente, una concepción en la que la
inspiración platónica ha mantenido una influencia decisiva hasta nuestros días,
ha influido también en los compiladores que clasificaron los escritos
aristotélicos. El desprecio platónico de la mera opinión cotidiana (dóxa) y su
admiración por el pensamiento exacto de la matemática siguen vigentes en
nuestra cultura. La retórica, que parte de la actitud lingüística espontánea
del hombre en su entorno, era menospreciada por Platón.
Se nos ha enseñado a considerar a Aristóteles como el padre de la lógica
y del lenguaje científico; pero cuando el Estagirita, en el pasaje citado,
describe al logos (entendido no ya como mera racionalidad, sino como
facultad de expresar el pensamiento en palabras) como la propiedad diferencial
del ser humano, no habla para nada de un conocimiento «verdadero».
La capacidad del logos supone en ese pasaje central la
capacidad de distinguir entre lo justo y lo injusto, entre lo provechoso y lo
perjudicial, más bien que entre lo verdadero y lo falso, a lo cual no alude
explícitamente. Con esto, por lo menos en el pasaje citado, el logos aparece
unido para Aristóteles no a la razón teórica, sino a la razón práctica, a una
forma de pensamiento que no se dirige a la consecución de ningún conocimiento
exacto o científico, sino a un conocimiento que oriente al ser humano en la
elección de sus actos.
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