Me ataca la inquietud: la sospecha de que siempre
hay, en algún lado, alguien que entiende y que lo dice. Que alguien, en algún
lugar, tiene razón.
Leo y lo releo y me ataca de
nuevo esa inquietud: la sospecha de que siempre hay, en algún lado, alguien que
entiende y que lo dice. Que alguien, en algún lugar, tiene razón.
Y la zozobra y la impotencia
de no saber cómo distinguirlo de los millones de tonterías que escribimos los
demás.
Es horrible pensar que nadie entiende nada; mucho peor es saber que hay
alguno que sí pero uno no es capaz de descubrirlo. Por suerte, me digo, si lo
descubriera no podría estar seguro de que tiene razón hasta tanto después.
Pero
ése es otro asunto. Algún día vamos a discutir qué significa estar seguro.
Algún día vamos a saber qué significa saber. Lo brutal es que hay alguien, en
algún sitio, en algún texto, que ya lo sabe.
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