No hay peor nivel de ignorancia que cuando uno no
sabe que no sabe. Si al menos uno supiera que no sabe, podría tomar cartas en
el asunto para poder salir de su ignorancia. Lamentablemente, en el ámbito de
la interculturalidad, muchas personas se encuentran sumidas en la idea de que
son culturalmente sensibles, que tienen habilidades interculturales o que son
sumamente abiertos hacia las diferencias.
Acá vamos a dejar en evidencia cuánta ignorancia
intercultural existe, incluso en muchas personas que tienen un elevado grado de
exposición internacional. Si quieres saber si eres culturalmente sensible,
piensa si alguna vez dijiste alguna de estas frases:
“Las personas de X país son…”
Completa la descripción como quieras (lentos,
sumisos, fríos, mentirosos, rígidos, etc), pero claramente estas demostrando
una falta de sensibilidad cultural. ¿Por qué? Porque no todas las personas de
un país son de determinada manera y al realizar una generalización de este
tipo, muy posiblemente estés cayendo en un estereotipo,
los cuales por lo general son negativos (aunque también los hay positivos).
Además de injustos y contraproducentes, los estereotipos limitan enormemente tu
capacidad de relacionarte efectivamente con las personas de ese país.
“La cultura no tiene nada que ver con este tema”
Algunas personas se atrincheran en el hecho de que
en última instancia, todos somos diferentes y cada persona es un individuo
único con expectativas y necesidades únicas. Nadie argumentaría en contra de
esto, pero desconocer que ciertos grupos culturales comparten determinados
valores, costumbres y hábitos, es simplemente insensibilidad cultural. Es
verdad que es importante poder diferenciar cuándo determinada reacción es
personal o cultural, pero para poder hacerlo, necesitamos conocer cuál es el
rol de la cultura en el comportamiento de las personas.
Una manera de minimizar la importancia de las
diferencias culturales es subestimar su impacto. Si no son relevantes, tampoco
tengo necesidad de considerarlas, conocerlas y mucho menos, adaptarme. Los
estudios confirman exactamente lo opuesto; y no sólo se trata de evitar que
generen “inconvenientes” sino de promover a que generen “beneficios”.
Otro claro ejemplo de baja sensibilidad cultural.
Cuando las personas de determinado país tienen otras formas de hacer las cosas
que simplemente son distintas a las nuestras, a veces caemos en la tentación de
convencernos que están equivocados, y que por culpa de ese estilo (sea
comunicación indirecta, tiempo sincrónico, enfoque grupal, etc.) no podemos
cumplir con nuestras responsabilidades y nuestros objetivos. Si fuéramos
culturalmente sensibles, buscaríamos maneras culturalmente adaptables para
poder alcanzar los objetivos. La cultura nunca debería ser una excusa.
En resumen, por más que nos encante creer que somos
las personas más sensibles a la diferencias culturales, la verdad es que muchas
veces fracasamos en el intento de demostrarlo. Aun cuando tenemos las mejores
intenciones, necesitamos prepararnos y capacitarnos para poder actuar con
cierto grado de sensibilidad cultural. Y el primer paso reconocer que aún
tenemos cierto margen de mejora y desarrollo.
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