jueves, 25 de junio de 2020

Viejos Mitos


El trepidante y a la vez fascinante siglo XX recién terminado, ha supuesto para Occidente una oportunidad única de enfrentarse a tabúes ancestrales, los cuales estaban basados en una percepción de la realidad condicionada por conceptos religiosos o socioculturales que ejercían una nefasta influencia a la hora de vivir fluidamente tanto las relaciones humanas (el tabú de las razas y el racismo), como las relaciones amorosas (el tabú del sexo) las relaciones sociales (el tabú de las clases sociales superiores o inferiores).

Con la incorporación de la Carta de los Derechos Humanos y su lenta pero progresiva integración en la vida cotidiana, se han ido enfrentando y aboliendo las distintas barreras culturalmente establecidas en torno a las discriminaciones por raza, sexo o religión. Y, aunque queda aún mucho camino por recorrer y existen reductos anquilosados y anclados en ideas del pasado, el conjunto global de la población intenta ir en la buena dirección. 

Pero, sin que seamos muy conscientes de ello y a pesar de todos los grandes logros sociales y culturales de las últimas décadas, sigue existiendo un tabú que a Occidente le cuesta enfrentar. Nos referimos al tabú de la muerte.

La sola mención de la palabra muerte pone nerviosas a la mayoría de las personas. Ello se debe en gran parte, a que nuestra sociedad actual está centrada en unos modelos de éxito y belleza asociados a estereotipos de juventud.

Vivimos de espaldas a la muerte, procuramos vivir como si esa realidad cotidiana no existiera, y tal vez la tememos tanto porque lo ignoramos todo acerca de ella. Lo curioso de este paradigma, es que lo ignoramos todo en torno a la muerte porque el propio miedo que nos provoca pensar en ella, nos lleva a vivir como si no existiera.

Este miedo visceral está anclado en lo más íntimo de la mayoría, debido en parte a la creencia de que, tras la muerte del cuerpo físico ya no hay nada más, acaba todo, no nos espera nada, …negro, …vacío, …punto final. Tan limitativa concepción de la realidad contrasta con los testimonios positivos que nos describen quienes han estado cerca de la muerte y, sobre todo, de la mayor parte de quienes han vivido una experiencia de muerte clínica temporal y han vuelto a la vida.

Pero, antes de ahondar en tales experiencias, conviene investigar en las razones que nos hacen creer que la muerte es el punto final de la vida o de la conciencia. Hay dos factores dominantes en el arraigo de tal creencia. Por un lado tenemos los condicionantes religiosos, empeñados en vendernos unas imágenes de resurrección de los cuerpos en un cielo concebido como un paraíso eterno, o en su opuesto, un infierno también eterno, los cuales nos resultan un tanto folclóricos, trasnochados y poco creíbles por parte de la sociedad actual, más culta y razonadora.

El otro factor de negación, está estrechamente ligado a ese exceso de racionalismo impuesto por una cultura “científica” y cientifista, en la que los dioses de la religión han sido suplantados por los dioses del laboratorio, las ecuaciones matemáticas o la tabla periódica. “Todo lo que no puede ser probado en el laboratorio de forma objetiva y racional, simplemente no existe”.

Por suerte, desde la década de los 70, numerosos investigadores y científicos serios y respetables se atrevieron a abordar la espinosa cuestión de las experiencias cercanas a la muerte que relataban numerosos pacientes de hospitales o personas que habían padecido un accidente o un infarto, el cual les había llevado a permanecer clínicamente muertos durante unos instantes, varios minutos e incluso algunas horas en casos muy espectaculares.

Tras analizar miles de testimonios de experiencias cercanas a la muerte o de muertes clínicas temporales, se constató una serie de patrones comunes, que fueron observados tanto por la conocida doctora en psiquiatría Elisabeth Küblker Ross, como por el popular psicólogo Raymond Moody autor del célebre libro Vida después de la vida y muchos otros investigadores. 

La mayor parte de quienes han tenido el valor de relatar sus experiencias nos cuentan sus cambios de percepción y conciencia que experimentan, siendo frecuente el verse sorprendidos flotando fuera del cuerpo y observando lo que sucede a su alrededor en el preciso momento en que su corazón dejó de latir.

Muchos se descubren deambulando por el quirófano, las salas del hospital o el lugar del accidente, o visitando a sus seres queridos, que en esos momentos están a muchos kilómetros de distancia. 

Son numerosos los casos que hablan de sentir cómo se elevan y se ven atravesando un oscuro túnel, al final del cual aparece una brillante y majestuosa luz que les llena de paz, amor, felicidad y plenitud, o se hallan junto a seres queridos y familiares que han muerto con anterioridad o en el mismo accidente, aunque la persona no lo supiese.

Algunos viven experiencias místicas y trascendentes, notando una comprensión del porqué de todas las cosas y una expansión de conciencia que les resulta muy difícil de explicar una vez regresan de nuevo a la vida física. La mayoría aceptan mal que cuando estaban en la luz les dijeran que tenían que volver, porque su tarea, misión o trabajo en la Tierra no había acabado. Algunos se resisten a volver y se les tiene que recordar lo que aún les queda por hacer aquí. 

Lo más trascendente de estas experiencias, suele acontecer cuando el corazón empieza a latir de nuevo y estas personas recuperan su conciencia unida al cuerpo físico.

A partir de la experiencia, la mayoría tienen una visión de la realidad más amplia, menos condicionada por factores sociales, religiosos o culturales, son más espirituales aunque menos religiosos, les cambia la percepción del tiempo y del espacio, siendo frecuente que abandonen el hábito de llevar reloj. Al parecer encuentran un mayor sentido a sus vidas y empiezan a interesarse más en la ayuda a los demás y en la mejora de la sociedad o del medio ambiente, que en cuestiones personales y egoístas. 

Pero, sobre todo, la experiencia les supone el perder para siempre el miedo a la muerte.

Muchos médicos y científicos reduccionistas insisten en que tales experiencias son provocadas por sustancias alucinógenas que genera el cerebro ante el fuerte choque que supone la parada cardíaca o la muerte clínica o por la falta de riego sanguíneo o de oxígeno en el cerebro. 

Pero la minuciosa investigación llevada a cabo por prestigiosos médicos, como el pediatra clínico americano Melvin Morse o el cardiólogo británico Sam Permia, han constatado que esa hipótesis no puede explicar el conjunto de las experiencias cercanas a la muerte y, a raíz de sus investigaciones, se aventuran a afirmar incluso el haber constatado algo tan trascendente como que: “la conciencia sobrevive a la muerte del cuerpo físico”.




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