No podemos evitarlo, experimentamos emociones. Tienen una función
educativa y evolutiva en nuestra vida. Pero una emoción intensa puede
desencadenar un desequilibrio emocional.
Ante todas las emociones que podemos experimentar, las más intensas y
duraderas son las denominadas “negativas”, pero no por denominarse así son
malas. Experimentar una emoción negativa es una señal de alarma que nos
advierte que algo no va como deseamos.
Un ejemplo es el miedo. Nuestra reacción es rápida, movilizamos una
gran cantidad de energía de tal forma que la respuesta puede ser más intensa
que en condiciones normales.
Las preocupaciones imaginadas pueden desencadenar emociones muy intensas.
La preocupación en equilibrio es buena, es nuestra manera de buscar que puede
ir mal y cómo prevenirlo. Pero la preocupación descontrolada puede
generar ansiedad, que es desproporcionadamente intensa respecto al
estímulo.
La ira es una de las emociones más fuertes e intensas que
podemos experimentar. Es una emoción de supervivencia, con ella aprendemos a
defendernos ante situaciones que pueden hacer daño, incluso nos anima a luchar
ante una injusticia.
El problema viene cuando la ira desencadena acciones de defensa tan
fuertes que puede desatar violencia. Por ello, es necesario conocer su origen y
saber cómo gestionarlo.
Aprender a gestionar estas emociones es fundamental para poder
consolidar una buena salud mental.
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