Estaríamos
diciendo algún dislate, probablemente uno más de los tantos que mencionamos
periódicamente en nuestras páginas si dijéramos que cuando las cosas tienen que
ocurrir lo que sucede es que tales cosas sucedan, está claro que esto no tiene
ninguna relación con alguna postura de tipo filosófica, o de predestinación,
fatalismo o vaya uno a saber cómo cada cual o cada uno lo califique.
Lo que parece es que si
todo lo que ocurre no sucede en una zona que pueda afectar nuestra área más
sensible, si la difusión de los que ha ocurrido u ocurre no ha siquiera rozado
nuestros “puntos más sensibles” así hubiese sucedido en “la casa de enfrente”
de dónde vivimos, digamos la peculiar frase: “aquí no ha pasado nada” y
seguimos tan campantes.
Pero la realidad nos
demuestra que “en el jardín donde estamos plantados” posiblemente
creciendo fuera de “nuestro radio de acción” alguien continúa arrancando sin
piedad alguna todo lo que aparentemente se vislumbra florecido y hermoso,
plenos de la misma vida que disfrutamos con inocultable optimismo, el mismo
optimismo que nos invade cuando observamos que por lo menos cerca nuestro “aquí
no ha pasado nada”
Pero… lo dicho, lo que
tiene que suceder, sucede, y lo hace totalmente independiente de todo aquello
que nos pudiese interesar preservar, los sucesos se van anunciando así mismos y
los medios los difunden según sean los intereses del o los que pagan el precio
de tal difusión, pero, como decimos, lo que tiene que suceder, sucede,
diariamente mueren niños desnutridos, se muere por violencia de género, por
carencia de una atención acorde a las necesidades, por la violencia inconsulta
de la propia violencia, la que pueda ejercer un marginal o un gobernante, o
aquella que ocurre por fuera de la caparazón de indiferencia debajo de la cual
nos recubrimos.
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