El
pensamiento utópico, ese que de alguna forma todos tenemos y que eventualmente
anhelamos como ideal de convivencia entre humanos y por qué no extender esa
relación ideal entre todos los que compartimos el habitab natural que nos
ofrece el planeta, es y ha sido desde siempre una de las mayores inquietudes en
nuestro ideario de lo que “debería ser” en el hipotético caso de que cada uno
se comportase de acuerdo con lo que la sociedad en su conjunto espera de él.
Las
posibilidades de alcanzar una convivencia armónica y afectiva es una postura
esencialmente humana, hemos sido los creadores de todo el ideario y de todas
las posturas relacionadas con lo que entendemos se espera que alcancemos como
corolario de nuestro constante avance, un tanto dispar, entre los logros de la
ciencia y nuestro comportamiento social.
Avances
tales como: libertad, democracia, derechos universales, humanos, compromisos
con el planeta, preservación del medio ambiente., etc. etc. seguramente
podremos observarlos en las constituciones de los países considerados
desarrollados pero el término utopía, es decir, lo que prevalece, es que
aún no hemos podido, por mal que nos pese, alcanzar un desarrollo estable y por
lo menos sustentable, en ese gran debe que todos, atravesando horizontalmente
todos los estratos sociales, aún mantenemos pendiente de saldar
En general, se puede definir una utopía como un Estado imaginario que
reúne todas las perfecciones y que hace posible una existencia feliz porque en
él reinan la paz y la justicia. En Utopía hay un importante componente ideal,
surgen de los defectos de la sociedad y se basan en las posibilidades de cambio
y transformación que ésta tiene en cada momento. Las utopías hunden las raíces
en la realidad más auténtica y concreta, aunque sea para criticarlas e intentar
transformarla en una cosa mejor. La palabra está ligada estrechamente a utopismo.
Todas las
utopías tienen en común dos rasgos: describen sociedades que están fuera del
mundo, en ningún lugar, y describen sociedades cerradas, sin contaminación
exterior, inmóviles y férreamente ordenadas. La pretensión que las distingue a
todas es la de dibujar las condiciones necesarias para conseguir lo que las
sociedades reales jamás muestran: que todos los seres humanos son iguales. Pero
en ese empeño se ignora el valor de la libertad individual, el valor que asoma
con más fuerza precisamente con el humanismo renacentista.
Se ha
criticado que las utopías tienen un carácter coercitivo. Pero también se suele
añadir que las utopías le otorgan dinamismo a la modernidad, le permiten una
ampliación de sus bases democráticas y han sido una especie de sistema
reflexivo de la modernidad por la cual esta ha mejorado constantemente. Por
ello no sería posible entender la modernidad sin su carácter utópico.”
Veamos
hasta donde llegamos en este intento.
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