El sistema ya rueda solo, fundamentalmente porque ha logrado sembrar en
las mentes de la inmensa mayoría ciertas ideas nefastas que operan desde dentro
y ha generado la perversa “sensación” (irracional, pero efectiva) de que no se
puede hacer nada por cambiar las cosas, que todo cambio será para peor, y digo
sensación porque no es ni siquiera un argumento o razón comprensible ni
justificable.
No tienen por qué ser excesivamente cultos ni intelectuales, pero si
inteligentes y morales. Como no se trata de hacer un nuevo partido político con
ellos (ya sabemos en que acaba todo eso) la acción sería dar ejemplo, hacer oír
la propia voz, ayudar a que más y más se den cuenta de este panorama y
emprendan ese camino de búsqueda y realización interior y exterior.
El camino que yo conozco para hacer todo esto se llama amor a la verdad
o filosofía.
Desde hace unos siglos nos perdimos en la mente; una mente solitaria desgajada
del ser real del hombre. Se llame ilustración o modernidad, lo que allí se
gestó nos dio algunas buenas cosas, pero también nos desconectó de la
Naturaleza y del Ser interior. ¿Y la Conciencia?
Desde allí mantenemos la creencia de que ser conscientes es pensar,
cuando pensar es tan solo una herramienta de la conciencia: adoramos la
herramienta, pero tarde o temprano nos cansamos de ella y buscamos otra cosa.
Necesitamos escapar de una mente que no nos da respuestas a las inquietudes
fundamentales, sino que, muy al contrario, nos limita y esclaviza.
Lo peor es que no solemos encontrar algo superior, sino más bajo:
instintos y emociones. Hasta cierto punto esto es natural, es más fácil caer
que elevarse.
Tal vez aquí encontramos la razón de ese retorno primario a “lo natural”
e instintivo; porque no es un regreso verdaderamente humano y necesitado de
comprensión del misterio de la vida, sino que se parece más a un retornar
animalesco.
También quizá ahí se encuentre la necesidad de “místicas facilonas”,
consignas y técnicas que no suponen una verdadera elevación hacia la
conciencia, sino una especie de huida psicológica que nos enajena de la
realidad y que, en el fondo, nos encadena aún más a esa mente torturada.
La conciencia es indefinible, por la sencilla razón de que la mente es
su producto y no la puede abarcar. Lo creado no puede comprender al creador. La
conciencia es. La mente parece y quiere ser. Los poetas, los místicos, los artistas…,
que lo son de verdad, perciben esto.
Hay una filosofía que nos conduce a la conciencia, y otra filosofía que
nos lleva a la argucia mental; tendríamos que decir que solo la primera merece
el nombre de Filosofía: Amor a la Verdad o Sabiduría. La otra, aún por bien
intencionada que sea, tan solo hace más elevadas y complejas las paredes del
laberinto.
¿Significa esto el desprecio de la mente? ¡En absoluto!, la mente es
completamente necesaria, pero en su lugar natural de herramienta de acción, de
obediente servidor de la Conciencia.
Dos papeles tiene la mente; uno, recoger las captaciones de la
conciencia, organizarlas, justificarlas, asumirlas para la vida; otro: dirigir
coherentemente la acción en base a esos dictados. Se podría decir que la mente
es la táctica, la conciencia la estrategia.
La mente, abandonada a sí misma, tan solo puede caminar en círculos;
argumentará y contra argumentará, pero jamás estará satisfecha y mucho menos
encontrará una solución aceptable a los problemas vitales de todo ser humano.
Necesita ser iluminada e inspirada por la Conciencia, y aún más, nutrida por
ella, pues de no ser así se alimentará de elementos de los sentidos y las
opiniones, lo cual no es augurio de verdadero conocimiento.
De aquí que se interprete tan mal el “sé tú mismo” o “carpe
diem”. ¿Cómo ser yo mismo si no sé quién soy? ¿cómo vivir el presente si no
me encuentro a mí mismo? Entonces se cae en aberraciones de todo tipo motivadas
por impulsos y deseos que tienen más del animalito que nos habita (con todo mi
respeto y cariño al reino animal) que del ser humano que somos.
No hay Conciencia; hay una mente deformada y abandonada a sí misma.
Conciencia es un “darse cuenta”, es atención amplia y total; es
un ver más que pensar. Y algo que no podemos olvidar: es una
ética profunda y atemporal que regula nuestra vida sin distorsionarnos ni hacer
daño a nada ni a nadie.
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