La comunicación es en nuestros días un valor en alza.
Cada vez es más patente el hecho de que la sociedad se autodefine y
configura en buena medida en cuanto que se comunica.
El poder y el conocimiento se miden en términos informativos y la
comunicación adquiere una dimensión fundamental que se fortalece por los
avances tecnológicos permitiendo que se rompan límites, espacios y tiempos en
torno a su función ancestral.
Seguir pensando que el lenguaje verbal es el único que nos conduce a
comprender el sentido y significado de nuestro mundo es un hecho demasiado
evidente.
Sin embargo, aún persiste una manifiesta y reticente aversión a integrar
lo que muchos llaman ya los nuevos lenguajes de la comunicación en los
planteamientos curriculares.
Los tímidos intentos y aproximaciones muestran confusiones y
ambigüedades fruto, probablemente, del analfabetismo que se detecta en el uso
de los lenguajes no verbales y audiovisuales.
En muchos casos las experiencias realizadas se han hecho desde la
perspectiva de la enseñanza de las lenguas y se ha tratado de formar al
alumnado en un concepto amplio de la comunicación atendiendo al desarrollo de
la competencia comunicativa.
Enseñar y aprender la competencia mediática constituye un reto, pero a
la vez una exigencia en el marco de una sociedad como la actual, en la que los
medios y tecnologías de la información y comunicación han conseguido
transformar los usos y recursos de los intercambios comunicativos.
Plantear la enseñanza y el aprendizaje de la competencia mediática en el
ámbito educativo de la enseñanza de las lenguas requiere una nueva didáctica
para no convertir la comunicación en un saber muerto e inmóvil, algo
absolutamente contrario a su esencia, que es el lenguaje entendido no como un
sistema semiótico abstracto, inmanente y ajeno a las intenciones de los
usuarios.
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