La moralidad afecta nuestras decisiones diarias, y esas decisiones están
dictadas por nuestra conciencia. De nuevo, debemos decidir por nosotros mismos
de dónde proviene la conciencia.
Mucha gente tiene la idea de que la conciencia es un asunto de nuestros
corazones, que conceptos del bien y del mal, y de justicia están
"programados" en cada uno de nosotros.
Esto coincide con los escritos de Pablo, el apóstol, quien señala que
hasta aquellos que no creen en Dios, frecuentemente obedecen las leyes de Dios,
como aparecen en los Diez Mandamientos:
"Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza
lo que es de ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos,
mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su
conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos" (Romanos
2:14-15).
De nuevo, aquellos que no creen en Dios se quedan con la única
conclusión posible a que pueden llegar - que nuestras decisiones están basadas
únicamente en nuestra necesidad de sobrevivir.
Lo que llamamos nuestra conciencia, entonces, estaría basada en nuestro
comportamiento adquirido, en vez de ser parte de un diseño divino.
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