De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española de la lengua la responsabilidad es “la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”.
El
ejercicio de la responsabilidad individual depende de cada uno. En principio,
en un contexto de libertad, y desde la perspectiva de una persona sana, es
decir, libre de trastornos psicológicos graves, todos podemos elegir
libremente qué hacer con nuestra vida, hacia dónde dirigirnos, con quienes
queremos estar, qué queremos ser. Podemos incluso decidir no tomar ninguna
decisión acerca de nuestra vida.
La
consecución de nuestros objetivos y de nuestras metas depende de muy diversos
factores, pero el principal de todos ellos es ser conscientes de la
responsabilidad que tenemos sobre nuestras propias vidas, sobre nuestro
bienestar y sobre nuestra felicidad personal.
Ser
responsable supone decidir acerca de cuáles son las acciones más adecuadas para
conseguir nuestros objetivos, significa ser proactivos, tomar la iniciativa. La
responsabilidad conlleva tomar conciencia acerca del nivel de atención que
prestamos a nuestro trabajo, a nuestras actividades y tareas cotidianas, así
como a las relaciones que mantenemos con las personas que se encuentran en
nuestro entorno, ya sea personal o profesional.
Ser
responsables significa asumir las consecuencias de las decisiones que tomamos,
por tanto, significa excluir de toda culpa a las circunstancias o personas que
nos rodean. Expresiones como “ella/el me está volviendo loca/o”, “esta persona
me saca de quicio”, “todo lo que me pasa es por su culpa”, “esta situación es
injusta”, son expresiones que ponen de manifiesto nuestra falta de
responsabilidad.
Ser
responsables supone también decidir cómo jerarquizamos nuestro tiempo, como
disponemos de nuestra energía, a quiénes le dedicamos ese tiempo y esa energía.
Asimismo, ser responsable afecta a la calidad de nuestra comunicación con los
demás. En el ejercicio de nuestra responsabilidad somos nosotros los que nos
cercioramos de que las personas han entendido el mensaje que transmitimos, y de
que también hemos entendido lo que otros pretenden comunicarnos, por tanto,
somos responsables de la forma y de la claridad con que expresamos nuestras
ideas e interpretamos las de los demás.
La
responsabilidad supone aceptar de forma incondicional que nuestra felicidad
depende sólo y exclusivamente de nosotros. Esto exige un alto grado de madurez
personal. Significa que no vamos a hacer depender nuestra felicidad del hecho
de que otros nos quieran o no, cumplan nuestros deseos o no, actúen de la forma
que creemos más oportuna o no, o nos presten o no la atención que consideramos
nos merecemos. Otra cosa es reconocer que las personas, con su comportamiento,
pueden entristecernos, especialmente si éstas son parte importante en nuestras
vidas, pero ¿hasta qué punto vamos a dejar que ese comportamiento siga
afectándonos?.
Actuar de
forma responsable lleva consigo el decidir y asumir los valores conforme a los
cuales deseamos vivir. El hecho de que estos valores hayan sido adquiridos de
forma pasiva e irreflexiva es algo contrario a la acción responsable.
Los
valores, es decir, los aspectos que realmente nos motivan, nos impulsan en
nuestra vida, influyen decisivamente sobre nuestra forma de comportarnos y
sobre nuestro sentido de integridad. Somos íntegros cuando lo que pensamos, lo
que decimos y, sobre todo, lo que hacemos, resulta coherente con nuestros
valores. Por ello, elegir cuáles son esos valores y alinear nuestro
comportamiento con ellos entra dentro del ámbito de nuestra responsabilidad.
Mantener
una alta autoestima, es decir, la valoración que tenemos de nosotros mismos, es
también nuestra responsabilidad. Difícilmente podemos tener una alta autoestima
si no somos responsables de nuestra vida y nuestra felicidad.
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