Imaginemos que estamos perdidos en el desierto.
Desesperados. Sin saber hacia dónde tirar. Y de repente aparece una huella
humana en la arena.
La impronta perfecta de otros pies que ya
estuvieron ahí, antes que nosotros.
Y a esa huella sigue otra huella mostrándonos una
dirección a seguir.
Así que, sin dudarlo, y llenos de esperanza, seguimos ese rastro
que nos guía, sin saber muy bien a dónde, pero confiando en que nos
rescate de ese lugar árido y vacío en el que nos encontramos.
Atentos, colocamos nuestros pies sobre
las marcas de esas pisadas. Y emprendemos el camino.
Esa huella en la tierra es para mí el símbolo del Maestro Interior que nos guía en la vida.
Más allá de nuestros impulsos y
deseos egoístas, hay otro motor más profundo que con paciencia infinita
nos encamina hacia el encuentro de nosotros mismos.
Llamémoslo intuición, corazonada, sexto
sentido… Aquello que te hace elegir desde la verdadera libertad y no
desde el miedo o la arrogancia, no desde el placer o el dolor.
¿Qué es lo que se debe seguir? Siempre lo correcto, lo que para
nosotros corresponde a nuestra verdad interna. Cuando nos alineamos con
nuestro centro la intuición se despierta espontáneamente y se convierte en el
faro que nos guía en nuestras decisiones y acciones.
Cuanto más avanzamos en el camino del
autoconocimiento más arduas son las pruebas que la vida nos exige.
Podríamos pensar que, como ya somos más sabios, no
necesitamos ayuda.
Sin embargo, cuanto más avanzamos, más humilde y
entregada ha de ser nuestra actitud.
El más sabio es aquel que no se cree un sabio. El verdadero maestro es aquel
que sigue considerándose un aprendiz.
Nunca dejamos de aprender porque
seguimos caminando, porque nuestra posición y nuestro estado nunca son
definitivos, porque queda mucho por avanzar, por crecer, por evolucionar.
Seguimos firmes en la huella
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