lunes, 9 de septiembre de 2019

Recordando


El escritor, profesor y semiólogo italiano Umberto Eco´no era partidario de las adulaciones ni elogios, y muy por el contrario y como última petición, solicitó que no sean organizados homenajes académicos ni congresos en recuerdo de su persona. 


Su familia, siempre cercana y afectuosa, hizo circular desde Italia el pedido de guardar silencio.

Recuerdo lo huidizo que estuvo cuando, en junio de 2015 y luego de dos jornadas de repaso intenso por su Tratado de semiótica general —obra que cumplía 40 años—, estudiantes y profesores intentaron retratarlo y él escapaba por las calles de Bolonia lejos de los flashes.

Difícil tarea, porque de sombrero y bastón, grandes anteojos, cigarro (ya no fumaba, pero lo mascaba para sentir el sabor), de camisa, chaleco y saco impecables, era imposible no sentir la presencia de Eco, aun a sala llena y él sentado entre el público.

Pero por sobre todas las cosas, lo que nunca pasó desapercibido fueron sus comentarios sobre los medios, internet, las redes sociales, Berlusconi y la política italiana, Dios y las religiones, el fútbol y hasta Borges. Con lucidez, inteligencia e ironía, los últimos años de su vida —murió a los 84 años, el 19 de febrero de 2016— Eco se dedicó a escribir columnas para distintos medios y sobre temáticas propias del siglo XXI. Es que fue un estudioso infinito, brillante:

comenzó de joven con la Edad Media, continuó con sus ensayos sobre lingüística y filosofía que lo llevaron a ser uno de los fundadores de la semiótica en los años sesenta y nunca dejó de ser un curioso académico analista del cambiante mundo que lo rodeaba. De eso se trata su último libro, 

De la estupidez a la locura (Lumen, 2016), que reúne esos valiosos y aggiornadísimos artículos con impronta periodística sobre temas de actualidad. Eco reflexiona con la misma sagacidad sobre Twitter y Facebook, sobre la "sociedad líquida", el individualismo imperante, la política y los políticos y demás problemáticas del presente.


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