El escritor, profesor y semiólogo italiano Umberto Eco´no era partidario de las adulaciones ni elogios, y muy por el contrario y como última petición, solicitó que no sean organizados homenajes académicos ni congresos en recuerdo de su persona.
Su familia, siempre cercana y afectuosa, hizo circular desde Italia el
pedido de guardar silencio.
Recuerdo lo huidizo que estuvo cuando, en junio de 2015 y luego de dos
jornadas de repaso intenso por su Tratado de semiótica general —obra que
cumplía 40 años—, estudiantes y profesores intentaron retratarlo y él escapaba
por las calles de Bolonia lejos de los flashes.
Difícil tarea, porque de sombrero y bastón, grandes anteojos, cigarro
(ya no fumaba, pero lo mascaba para sentir el sabor), de camisa, chaleco y saco
impecables, era imposible no sentir la presencia de Eco, aun a sala llena y él
sentado entre el público.
Pero por sobre todas las cosas, lo que nunca pasó desapercibido fueron
sus comentarios sobre los medios, internet, las redes sociales, Berlusconi y la
política italiana, Dios y las religiones, el fútbol y hasta Borges. Con
lucidez, inteligencia e ironía, los últimos años de su vida —murió a los 84
años, el 19 de febrero de 2016— Eco se dedicó a escribir columnas para
distintos medios y sobre temáticas propias del siglo XXI. Es que fue un
estudioso infinito, brillante:
comenzó de joven con la Edad Media, continuó con sus ensayos sobre
lingüística y filosofía que lo llevaron a ser uno de los fundadores de la
semiótica en los años sesenta y nunca dejó de ser un curioso académico analista
del cambiante mundo que lo rodeaba. De eso se trata su último libro,
De la estupidez a la locura (Lumen, 2016), que reúne esos valiosos y
aggiornadísimos artículos con impronta periodística sobre temas de actualidad.
Eco reflexiona con la misma sagacidad sobre Twitter y Facebook, sobre la
"sociedad líquida", el individualismo imperante, la política y los
políticos y demás problemáticas del presente.
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