La sinceridad implica el respeto por la verdad (aquello
que se dice en conformidad con lo que se piensa y se siente). Quien es sincero,
dice la verdad. Sin embargo, la práctica hace de este concepto un objetivo
difícil de alcanzar, dadas las numerosas estructuras a las cuales nos sometemos
Por lamentables cuestiones de la vida en sociedad,
no siempre es fácil ser sinceros con nuestros seres queridos, con las personas
que nos han criado, con nuestros amigos más cercanos; cuando trasladamos la
necesidad de compartir nuestras verdaderas ideas con empleadores y gobernantes,
las posibilidades decrecen considerablemente.
Si observamos el comportamiento del resto de los animales, tanto en sus
hábitats naturales como en convivencia con individuos de nuestra especie,
notamos que la sinceridad es una de sus virtudes más sobresalientes, al punto
en que no parece tan importante, dado que es la base de su accionar.
Si bien en la selva y en el bosque también existen estructuras, costumbres y jerarquías, no parece haber lugar
para las trabas que a muchos seres humanos nos impiden desarrollarnos
libremente.
¿Por qué a veces sentimos que no podemos ser sinceros con quienes nos
rodean? La raíz del problema, quizás, es que siempre encontramos respuestas a
esta pregunta; “porque mi puesto de trabajo corre peligro”, “porque no tenemos
una relación tan cercana”, “porque nadie me ha pedido mi verdadera opinión“.
Al imaginar una vida en la cual pudiésemos decir siempre todo lo que
pensamos, cuesta creer que fuera necesaria la existencia del estrés, de la
angustia, de la frustración; ya que todos estos males, tan comunes en las
sociedades modernas, surgen de la falta de libertad con la que nos movemos.
La cualidad que consiste en expresarse con sinceridad se conoce
como honestidad.
La persona honesta respeta la verdad y establece sus relaciones bajo
este parámetro moral. Sin embargo, es posible engañarse a uno mismo, hacernos
creer que somos seres honrados y sinceros, a pesar de estar muy lejos de lucir
estas virtudes.
Por lo general, se entiende por honestidad una forma de ser pura,
directa, sin dobles intenciones ni secretos retorcidos. Se suele calificar a
una persona de honesta cuando su manera de interactuar con los demás es muy
clara, cuando cumple con sus promesas y no parece tener sentimientos negativos
hacia quienes lo rodean. En este sentido, el concepto recibe ciertas
connotaciones de bondad y generosidad.
Hay situaciones que pueden llevar a una persona a dejar de lado la
sinceridad, aunque sin tener la intención de mentir. Las denominadas “mentiras
piadosas” son un ejemplo de esta circunstancia.
Claro que siempre puede cuestionarse la integridad o la
efectividad de una mentira de este tipo, también llamada blanca; por mucho
que intentemos cubrir la esencia de este tipo de afirmaciones, no dejan de
faltar a la verdad y, por ende, nos muestran frente a otros de una manera poco
precisa.
Las mentiras piadosas están íntimamente ligadas a la concepción que
generalmente se tiene de amistad; no hace falta analizarlo muy
detenidamente para advertir la grave contradicción que tiene lugar al unir el
tipo de relación más puro y más intenso con una supuesta necesidad de
no ser sinceros. ¿Cuán lejos puede llegar una mentira piadosa? ¿Cómo confiar en
un recurso de esta naturaleza para alimentar un lazo sentimental entre dos
seres vivos?
La verdad duele; pero, ¿no duele más descubrir que nos han engañado?
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