El sentido de
nuestra vida se encuentra firmemente ligado a las metas y objetivos que nos
hayamos impuesto, diría que cuando notamos que existe una ausencia en todo
aquello relacionado con nuestras aspiraciones, lo que percibimos es que
navegamos al garete, sin un rumbo fijo, carentes de las coordenadas que nos indiquen
el lugar exacto en donde nos encontramos, nuestros objetivos se nutren de las
certezas que recogemos por el camino y cuánto mayor sea el esfuerzo que
realicemos mayores serán nuestras expectativas de alcanzar las metas que nos
hayamos propuesto.
“Cada vez que
repetimos un comportamiento, del cual se desprende una emoción, estamos
reforzando estas mini-redes, las cuales con el transcurrir del tiempo, van
moldeando nuestra identidad y terminamos identificándonos con estas emociones y
conexiones, aun sin desearlo, pues es un acto totalmente inconsciente.
Por otro lado,
nuestro cerebro es un laboratorio sumamente complejo, donde
constantemente se están produciendo cientos de sustancias químicas, las cuales
están asociadas a las diferentes emociones que experimentamos: alegría,
tristeza, ira, frustración, amor, odio, etc. Esto hace que cuanto más repitamos
un comportamiento o hábito, más se verá afectada la química de nuestro cerebro
por este, lo que hará que nuestro cuerpo se vuelva más y más dependiente de
esta emoción o sentimiento para “subsistir” sin importar si esta emoción es
“negativa” o “positiva”.
Se podría decir
entonces que nuestras emociones son productos químicos elaborados por nuestro
organismo (científicamente llamados neuropéptidos) en respuesta a determinados
estímulos y estas sustancias químicas recorren nuestro cuerpo y se unen a las
células, marcándole como una especie de pauta a nuestro cerebro que le avisa
cuando no están satisfechas estas necesidades químicas en nuestro cuerpo.
Es por esta razón
que muchas veces, buscando revivir la emoción, repetimos el mismo
comportamiento una y otra vez, aunque sepamos de antemano que el resultado
puede no ser satisfactorio o que incluso venga acompañado de una gran carga de
culpabilidad por no ser lo suficientemente fuertes para resistirnos a la
tentación de prender ese último cigarrillo, o de comernos ese último pedacito
de torta, o de soltar lo primero que nos cruza por la cabeza cuando sentimos
que alguien está interfiriendo en nuestros asuntos.
Lo hacemos
siguiendo el impulso de nuestro cerebro, el cual tiene como objetivo mantener
el suministro constante de las sustancias químicas que nuestro cuerpo necesita
para sentirse bien. Es aquí donde nos volvemos adictos. Adictos a la comida, a
los juegos de azar, al cigarrillo, al sexo, a las drogas, etc., y de igual
manera, adictos a las emociones.
Entonces vemos
personas a quienes no les importa arriesgar su vida con tal de sentir una
descarga de adrenalina, o las que se regocijan y disfrutan el conflicto porque
su cuerpo se lo pide y entonces de cualquier cosa hacen una polémica, o las que
necesitan constantemente la aprobación de los demás y por ende buscan ser
perfectas en todo, privándose de intentar cosas nuevas por el temor a “no ser
la mejor”.
Quiere decir esto
que la clave para lograr deshacernos de esos comportamientos que solo nos
generan frustración y/o culpa es deshacer las mini-redes neuronales que nos
mantienen atados a nuestras emociones adictivas. Para lograrlo no es suficiente
el deseo y la fuerza de voluntad; es necesario encontrar la causa raíz de
nuestra adicción, hacernos conscientes de cuál es el detonante que hace que nos
comportemos de determinada manera. Por lo tanto, si quieres ver un cambio
definitivo en tu vida y no seguir sintiéndote culpable por tu falta de
voluntad, te invito a que inicies un proceso de indagación que te permita
conectarte con lo más profundo de tu inconsciente en busca de las respuestas,
en busca de esos mensajes y sentimientos que forman parte de tu memoria
celular.
El hecho de que
nuestros pensamientos y emociones son energía, que todo en nosotros es energía,
incluyendo nuestro cuerpo, en mayor o menor grado de densidad, nos lleva a la
conclusión de que para cambiar patrones de conductas y hábitos, debemos liberar
la energía asociada a las imágenes mentales y recuerdos negativos que subyacen
detrás de estos.
Esto quiere decir
vaciar nuestro inconsciente para luego “cambiar su configuración” y poder
colocar información nueva en él. Información que nos sea útil para lograr las
metas que nos hemos trazado. No podemos llenar una copa que ya está llena, hay
que vaciarla primero para poder verter agua nueva y fresca en ella”.
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