Podemos ser amables, generosos y afectuosos cada
día con los demás y sentirnos contentos con nosotros mismos por comportarnos de
esa manera. Pero si en algún momento nuestro bienestar comienza a depender de
que algunas de esas personas también sean amables con nosotros,
seguramente sufriremos y nos sentiremos frustrados
porque es muy difícil que los demás actúen como nosotros lo deseamos.
Nuestra alegría no depende de que el mundo funcione
como cada uno de nosotros quiere ni de que los demás se comporten como nosotros
creemos que deberían hacerlo, tampoco depende de que podamos hacer todo lo que
nos gusta.
La felicidad sólo depende de nuestra capacidad y
disposición de ser generosos, amables y afectuosos a pesar de las
circunstancias. La alegría y el bienestar interior, nacen de la experiencia
consciente y madura de dar y compartir incondicionalmente con los demás lo
mejor de nosotros.
Recordemos que lo que hagan nuestros amigos, seres
queridos, conocidos y desconocidos está fuera de nuestro control. No podemos
hacer que todo funcione como nosotros desearíamos, no podemos cambiar a los
demás, aun cuando el beneficio de ese cambio sea para ellos mismos, pero sí
podemos ser amables, pacientes, tolerantes, comprensivos, solidarios,
responsables, honestos y atentos para hacer el bien y dar nuestro aporte
consciente al mundo cada día, a pesar de que los demás no lo hagan o no puedan
reconocer lo que nosotros estamos haciendo.
Vale la pena hacerlo y nadie nos puede impedir que
lo hagamos. Por muy afectada y desequilibrada que esté una sociedad, ésta no
puede impedir que una persona continúe haciendo el bien.
¿Cuántas veces nos justificamos en los demás, para no seguir realizando
el trabajo de vivir la diferencia? Casi siempre tenemos una excusa o una
justificación del porqué hacemos cosas equivocadas o tenemos actitudes que
hemos criticado a los demás en su momento.
Es vital comprender la importancia que tiene vivir de acuerdo con
nuestras creencias y basados en el rescate y la puesta en práctica de nuestros
valores esenciales. Los momentos difíciles son los más apropiados para que nos
esforcemos en compartir con las otras personas todo lo bueno y especial que hay
dentro de cada uno de nosotros.
No te dejes desanimar, no le permitas a los demás con sus comentarios
negativos o con su comportamiento indolente, mediocre o irresponsable que te
contagien y apaguen tus ganas y tu determinación de vivir cada día con alegría,
esperanza y valor.
Puedes convertirte en esa persona que con una frase amable y entusiasta
suavice y refresque la vida de otra persona, que con su gesto o con su
comportamiento le devuelva la esperanza y la confianza en el género
humano.
Algunas veces podemos ser ese instrumento que motive a otros a recuperar
la fortaleza y la determinación de actuar de una mejor manera. No perdamos la
oportunidad de hacerlo.
Cada vez que algo nos afecte o nos haga experimentar el rechazo o la
negativa a dar... detengámonos a tiempo de revisarnos y preguntarnos: ¿Qué
nos pasa?, ¿qué podemos hacer para superarlo, para que no nos afecte como lo
hace?
De manera que podamos continuar experimentando la felicidad y el
bienestar esencial.
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