Filosofía
Bertrand Russell
La verdadera contemplación filosófica, por el contrario, halla su
satisfacción en toda ampliación del no yo, en todo lo que magnifica el objeto
contemplado, y con ello el sujeto que lo contempla.
En la contemplación, todo lo personal o privado, todo lo que
depende del hábito, del interés propio o del deseo perturba el objeto, y, por
consiguiente, la unión que busca el intelecto.
Al construir una barrera entre el sujeto y el objeto, estas cosas
personales y privadas llegan a ser una prisión para el intelecto. El espíritu
libre verá, como Dios lo pudiera ver, sin aquí ni ahora,
sin esperanza ni temor —fuera de las redes de las creencias habituales y de los
prejuicios tradicionales —serena, desapasionadamente, y sin otro deseo que el
del conocimiento, casi un conocimiento impersonal, tan puramente contemplativo
como sea posible alcanzarlo para el hombre. Por esta razón también, el
intelecto libre apreciará más el conocimiento abstracto y universal, en el cual
no entran los accidentes de la historia particular, que el conocimiento
aportado por los sentidos, y dependiente, como es forzoso en estos
conocimientos, del punto de vista exclusivo y personal, y de un cuerpo cuyos
órganos de los sentidos deforman más que revelan.
El espíritu acostumbrado a la libertad y a la imparcialidad de la
contemplación filosófica, guardará algo de esta libertad y de esta
imparcialidad en el mundo de la acción y de la emoción. Considerará. sus
proyectos y sus deseos como una parte de un todo, con la ausencia de
insistencia que resulta de ver que son fragmentos infinitesimales en un mundo
en el cual permanece indiferente a las acciones de los hombres. La
imparcialidad que en la contemplación es el puro deseo de la verdad, es la
misma cualidad del espíritu que en la acción se denomina justicia, y en la
emoción es este amor universal que puede ser dado a todos y no sólo a aquellos
que juzgamos útiles o admirables.
Así, la contemplación no sólo amplia los objetos de nuestro pensamiento,
sino también los objetos de nuestras acciones y afecciones; nos hace ciudadanos
del Universo, no sólo de una ciudad amurallada, en guerra con todo lo demás. En
esta ciudadanía del Universo consiste la verdadera libertad del hombre, y su
liberación del vasallaje de las esperanzas y los temores limitados
Para resumir nuestro análisis sobre el valor de la filosofía: la filosofía
debe ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas que
plantea, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa puede ser
conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los problemas mismos;
porque estos problemas amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen
nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que cierra
el espíritu a la investigación; pero, ante todo, porque por la grandeza del
Universo que la filosofía contempla, el espíritu se hace a su vez grande, y
llega a ser capaz de la unión con el Universo que constituye su supremo bien.
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