El altruismo se puede definir como la preocupación constante por las
necesidades ajenas, es decir, hacer todo lo posible para que los demás gocen de
bienestar y tengan lo que precisan.
El altruismo está presente en la cultura, la
enseñanza y la religión, así como también en el cerebro. En el caso de los
animales, por ejemplo, se lleva a cabo cuando uno de los ejemplares está
dispuesto a sacrificarse por el bien de la manada.
El altruismo puro significa sacrificar una cosa, ya
sea el tiempo, la riqueza, la energía o el conocimiento sin buscar a cambio
ningún tipo de recompensa o compensación. No se busca un beneficio por los
actos, ni directos ni indirectos.
El comportamiento altruista dentro del reino animal
aumenta las posibilidades de supervivencia de los otros a costas de la
reducción de las probabilidades de subsistir uno mismo. Esta teoría,
igualmente, no explica mucho más sobre aquellos animales que dan la vida por
otros por los que no están emparentados.
Algunas personas son todo lo contrario a egoístas,
dan sin mirar a quién, ofrecen hasta lo que no poseen por el bien del prójimo.
Las investigaciones mostraron que la clase social, el nivel de educación,
el género o los ingresos de dinero pueden explicar por qué se puede ser
altruista o egoísta.
El comportamiento altruista no está determinado
únicamente por factores cerebrales o biológicos. El volumen de materia
gris puede influenciarse por diferentes procesos sociales.
Por ejemplo, al estar rodeado de personas
caritativas, con el hábito de donar, dar limosna o ayudar al otro, aumentará la
posibilidad de ser altruista también. Si, por el contrario, se vive en un
ambiente de egoísmo, de pensar solo en uno y de no dar nada al otro, esto
influirá en las decisiones y actitudes.
Como se decía, no es solamente una
cuestión de materia gris, sino hay varios factores influyentes.
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