El filósofo norteamericano Emerson decía:
“El mayor favor que te puede hacer un amigo es
poner frente a ti un espejo donde veas reflejada
una noble imagen de ti mismo”. Todos somos espejos frente a
espejos.
Para poder triunfar en la vida, es necesario tener
una buena autoestima, lo cual no es otra cosa que saberse valorar en la
medida en la que uno realmente vale. La mayor parte de nosotros creemos que
valemos mucho menos de lo que en realidad valemos y por eso no nos estimamos en
la suficiente medida. Esto hace que no pocas veces caminemos por la vida con un
alto nivel de ansiedad, consecuencia lógica de la falta de confianza en
nuestras propias posibilidades.
Cuando hablamos de tener una alta autoestima, no
hablamos de arrogancia, sino de justo reconocimiento. Aquellas personas que
caminan por la vida de una forma arrogante y humillando a los demás, tienen una
autoestima tan baja, que el único sistema que han encontrado para no sentir
plenamente esa dolorosa realidad, es intentar rebajar a los demás para tener
así la sensación de que ellos están en un lugar más alto.
Si definimos la autoestima como lo que una persona
siente por sí misma en lo profundo de su ser, la medida en la que le agrada su
propia persona y el respeto que siente hacia ella misma, entenderemos que este
sentimiento se sitúa en el centro de nuestra personalidad. Como el conocimiento
que tenemos de nosotros mismos suele ser tan escaso, ya que muy pocas
personas conocen realmente su interioridad, buscamos esa información acerca de
nosotros mismos, no en base a lo que somos, sino en base a cómo los otros nos
ven.
Según la psicóloga Dorothy Corkille Briggs, el
respeto sólido por uno mismo se basa en dos convicciones esenciales:
“Soy digno de que me amen, importo y
tengo valor porque existo”.
“Soy valioso, puedo manejarme a mí mismo y
manejar lo que me rodea, con eficiencia. Sé que tengo algo que ofrecer a los
demás”.
Recordemos que no es lo mismo ser amado que
sentirse amado, de la misma manera que no es lo mismo ser valioso que sentirse
valioso. Si no nos sentimos amados y valiosos, vamos a rehuir muchas
oportunidades tanto de relacionarnos con otros como de hacer frente a los
desafíos que la vida nos plantea.
La influencia de nuestro entorno
Todos nosotros tenemos la responsabilidad de
favorecer que se desarrolle una sana autoestima en nosotros y en los otros. Por
eso, hemos de renunciar a hacer daño a los demás, sobre todo cuando nuestro ego
está herido. Hemos de evitar atacar a la persona especialmente cuando comete un
error. Se puede ser muy duro con un error sin tener por ello que agredir con
nuestras palabras, nuestros gestos o nuestras acciones a la persona que lo ha
cometido.
Sepamos distinguir lo que somos de lo que hacemos. No
es lo mismo decirle a una persona que es una incompetente a decirle que ha
cometido un error. Ambos duelen, pero ni duelen de la misma forma, ni duelen
con la misma profundidad.
El verbo ser ha de ser siempre manejado con enorme
cuidado.
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