Cuántas veces repasamos situaciones una y otra vez, sin poder ver en qué
nos equivocamos, más allá de la herida narcisista que implica darnos cuenta que
hicimos algo mal, miles de pensamientos entran en juego al momento de
enfrentarnos a nuestros errores. Esa lupa que usamos para marcar
las equivocaciones ajenas se vuelve bastante borrosa cuando se trata de las
nuestras, y más de una vez terminamos haciendo la famosa vista gorda en lugar
de detenernos a reflexionar sobre una situación que nos resultó conflictiva.
No podemos decir que ver nuestros errores duele, pero de lo que sí
estamos seguros, es que nos genera un malestar, nos pega en el medio del ego. Esa
resistencia a aceptarlos, muchas veces, es la que funciona como venda para
poder revertir situaciones. Hablamos de ese instante en el cual
sentimos que algo no está bien, pero nos quedamos inmóviles sin poder descifrar
qué es exactamente lo que nos está molestando.
Está claro que llegar a decir esta expresión implica un largo camino, a
nadie le gusta enfrentarse con su lado vulnerable, y tal vez esa sea la razón,
por la cual nos resulta tan difícil aceptar los errores. En el
fondo, hay una especie de lectura latente de que equivocarse nos vuelve
débiles, chiquitos, ante un mundo perfecto que no está hecho para perder el
tiempo en reparar errores. Esta visión errónea del error, valga la
redundancia, muchas veces nos lleva a querer ocultarlos, como si ignorándolos
pudiéramos corregir aquello que hicimos mal.
Es necesario comprender que empezar a trabajar nuestros errores, no sólo
tiene que ver con poder aceptarlos ante un otro, sino que el objetivo principal
es poder reconocerlos ante nosotros mismos. Lo que en
psicología se suele llamar #INSIGHT, ese "darse cuenta" de nuestro
propio accionar es la pieza fundamental de este tema. Desarrollando
nuestro grado insight podemos encontrar la manera de
llegar a percibir los errores cometidos. Lo cual implica sincerarnos
frente a nuestro ego, y empezar a construir autocríticas.
La única manera de no volver a caer en ellos es entender en qué nos
equivocamos. Solo se aprende aquello que se entiende, si pasamos por alto una
equivocación, es muy probable que sea la antesala a repetirla una y otra vez,
poder registrar aquello que hicimos mal nos abre un abanico de lecturas
diferentes de las cosas, nos ayuda a reflexionar sobre cómo mejorarlas y que
podemos cambiar desde nuestra conducta.
Muchas veces el no poder aceptar un error repercute en nuestros
vínculos. No hay nada más perjudicial en las relaciones humanas que el querer
defender una equivocación bajo capa y espada, por el solo hecho de no querer
sentirnos débiles frente al otro. Debemos entender que reconocerlos, poco tiene
que ver con la debilidad, no hay imagen de persona más fuerte, que aquella que
aceptó el error, lo enfrentó y lo superó no solo las virtudes hablan de
nosotros, también nuestras equivocaciones nos describen.
Podemos crecer si nos aceptamos con todo el combo. Se trata de
conocernos a nosotros mismo porque únicamente de esta manera podemos lograr
llevar adelante cambios importantes.
Por lo tanto hay una realidad: ¡¡a nadie le gusta
equivocarse!! ¡¡¡No nos gusta para nada!!! Pero la vida es intentar, y el
intentar muchas veces trae implícito equivocaciones. Si las reconocemos, el
aprendizaje obtenido es un pasaporte a la superación de las mismas, si en
cambio, las ignoramos, no hacemos más que dilatar el tiempo de tener que
enfrentarnos, tarde o temprano, nuevamente con la misma situación.
Por eso, retomando nuestra frase inicial, todos sabemos que errar
es humano, lo que debemos aprender es que persistir o no en el error, ya
depende de cada uno de nosotros.
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