Los avances alcanzados por la humanidad en la producción de
conocimientos y en sus aplicaciones para solventar diferentes necesidades
humanas crean condiciones inéditas para elevar la calidad de vida de toda la
población del planeta. El sorprendente dinamismo de la economía y las
posibilidades que brindan las comunicaciones y el desarrollo
científico-tecnológico permitirían eliminar las desigualdades sociales y la
persistente pobreza humana.
El conocimiento posibilitaría a la humanidad frenar
el deterioro del ambiente y encontrar modelos de convivencia armónica entre la
sociedad y la naturaleza.
Conocimiento y desigualdad social. Existen
evidentes diferencias en cuanto a la capacidad de producción y el acceso al
conocimiento y la información. Estas desigualdades amplían las distancias entre
las naciones y entre los grupos humanos.
La integración económica, política y
cultural de la sociedad, condicionada por las aplicaciones del conocimiento a
las más diversas actividades humanas, coloca a los países con mayor producción
de conocimientos y más capacidad de innovación tecnológica a la vanguardia de
las transformaciones y el crecimiento económico.
El acceso diferenciado al
conocimiento y la información ensancha las desigualdades entre los grupos
sociales: ¡A mayor capacidad de producción científica y tecnológica, mayor
aprovechamiento de las oportunidades ofrecidas por la mundialización de los
mercados! ¡A mayor inversión relativa en procesos sistemáticos de investigación
y en la educación de la población, mayores posibilidades de estimular el
desarrollo tecnológico, la innovación, la calidad y la equidad! ¡A mayor rezago
en las inversiones en educación e investigación y en la capacidad de producir y
acceder a la ciencia y la tecnología, menor capacidad competitiva y mayores
obstáculos para alcanzar el desarrollo humano sostenible!
Política nacional de conocimiento. En el país
no se conoce, con certeza, la magnitud del esfuerzo realizado en investigación
y desarrollo. Los datos oficiales indican que el porcentaje del PIB destinado a
esta estratégica inversión es del 1,3 por ciento. Oficiosamente se cuestiona
ese dato y se le ubica, sin contar con una fuente segura, en el 0,5 por ciento
(según el BID, en los países de altos ingresos ese porcentaje alcanza entre el
2 por ciento y el 3 por ciento).
En correspondencia con el aumento de las
inversiones en educación, se deben destinar más recursos públicos y privados a
producir y aplicar conocimientos.
Los principales centros de
investigación y de producción científico-tecnológica son las
universidades estatales; la cooperación internacional es un factor esencial en
la construcción de esa fortaleza universitaria. El sector privado y algunas
instituciones públicas, vinculadas sobre todo con la salud y la producción,
llevan a cabo acciones investigativas y crean conocimientos.
Sin subestimar las
experiencias significativas, los entrelazamientos entre las acciones de estos
sectores son aún incipientes y los montos de las inversiones, insuficientes.
Siguiendo el ejemplo exitoso de la Unión Europea, donde el conocimiento es un
eje fundamental de sus políticas, el país puede formular una política nacional
de conocimiento, ofreciendo un marco a los procesos de innovación,
investigación, educación y formación.
El esfuerzo mancomunado del
sistema educativo, los sectores productivos y el Gobierno puede propiciar la
incorporación continua de conocimientos en los procesos de producción y avanzar
en la creación de un sistema nacional de innovación. La distribución del
conocimiento y la información, la incorporación del eje ambiental en las
innovaciones y la investigación en las ciencias sociales, las letras, las artes
y las humanidades deben ser parte integral de este proceso.
Solo así se
avanzará por la ruta del humanismo y del desarrollo humano sostenible.
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