Nuestra mente funciona reaccionando por causas externas.
Ésta responde a todo lo que vemos, escuchamos, olemos o tocamos; ante todo
este movimiento, ante todas estas experiencias.
Posteriormente, estas reacciones internas son interpretadas
por el yo, el ego, y por un historial de experiencias. Por
tanto, son sólo reacciones mecanicistas,
de defensa, para su supervivencia.
Por tanto, la mente no la utilizamos conscientemente. El
ego dirige nuestra vida por medio de ella. Así, podremos
presentar tantas formas de pensar como ‘yoes existan en nuestro
interior.
La mente integra diversas facultades del cerebro,
permitiéndonos reunir información, razonar y extraer conclusiones.
Nuestra actividad mental tiene tres tipos de
procesos: los conscientes, los inconscientes y los procedimentales. También
abarca funciones no intelectuales y funciones afectivas.
Estudios de laboratorio sugieren la idea de que la mente es
un resultado de la actividad del cerebro, ya que podemos localizar la
actividad pensante del individuo en regiones concretas, tales como el
hipocampo.
Entonces… ¿cerebro y mente son lo mismo?
La respuesta es no. Una cosa es el cerebro, el encéfalo, y
otra la mente. Así, ésta última no es el cerebro, sino la interacción
entre el cerebro y el medio.
Sin medio no hay cerebro; de hecho, individuos aislados
completamente terminan muriendo de forma prematura. Sin interacción no
existe el ser humano, pues es un ente fundamentalmente social, por tanto
esencialmente ‘interactuador’ (no encontramos otra expresión) con el
medio.
Así pues, la actividad mental en
sí es la
emergencia de la actividad del cerebro en relación al entorno. Por ello, la mente
individual es la civilización del individuo emergiendo desde la animalidad individual, igual
que la civilización es la emergencia de la actividad global de
los humanos civilizados en relación a su entorno global.
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