Recuerdo que de pequeño me costaba tomar la iniciativa. Hasta
que llegué a la adolescencia casi siempre fui más seguidor que iniciador, pero
eso no impidió que fuera un niño travieso. En mi defensa diré que cuando hacía
travesuras con mis amigos como subirnos hasta arriba de los andamios de las
obras era porque ellos las proponían y yo no quería quedarme atrás.
Por culpa de su iniciativa me metí en más de un lío, pero
poder recordarlo ahora mientras nos reímos a carcajadas demuestra que valió la
pena.
Poco a poco fui liberándome de ciertos miedos y volviéndome
más osado. Pese a que ahora puedo dar la imagen de un tipo serio y formal,
incluso relajado, a veces mis acciones dicen lo contrario. En más de una
ocasión he decidido no pensar en las consecuencias de mis actos y
comprar un billete para irme solo a un país al que siempre había soñado viajar,
sólo porque de esta forma ya era imposible arrepentirme y dar marcha atrás.
“Si quieres tener algo en tu vida que nunca has tenido,
deberás hacer algo que nunca has hecho”
James D Houston
También he aprendido a asumir la iniciativa en mi entorno
social aún a costa de exponerme a muchos rechazos. La experiencia me ha
curtido. Creo que tener iniciativa es una actitud valiosísima
para las relaciones sociales, mucho más que ser valiente en
otros ámbitos. De hecho hay gente que se tira en paracaídas sin inmutarse y
luego tiembla como un flan cuando tiene que hablar con desconocidos.
Estoy seguro de que muchas veces has sufrido el miedo
al rechazo, al “qué dirán”,
a que los demás se rían de ti, a quedar en ridículo o a parecer idiota. Sin
embargo las consecuencias de tener un papel activo en
las relaciones sociales pueden ser increíbles.
Hablar con la
persona que te gusta y tener una maravillosa historia de amor, conseguir ese
puesto de trabajo que tanto ansías o simplemente convertir una conversación de
ascensor en un momento único, son algunas de las cosas que les ocurren a las
personas que toman la iniciativa.
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