Nos estamos habituando cada vez
más a cubrir nuestras expectativas sobre otras personas con un manto de
escepticismo que nos prevenga de los más que probables incumplimientos de
los dichos formulados en un determinado momento.
Recuerdo oír en boca de mis
abuelos la tan mentada frase: miren hijos, no se confundan ni se ilusionen en
demasía, con lo que la gente nos diga o prometa, recuerden que “del dicho al
hecho hay un trecho” y cada vez son menos quienes lo transitan.
“…Esa confianza que esperamos que
nos dispensen los demás, se construye sobre las experiencias que compartimos
con esas mismas personas, si podemos ser de confianza como para que nuestra
palabra sea suficientemente válida, cualquiera que nos conozca tomará nuestra
promesa como una garantía de verdad.
Así podremos sentirnos
orgullosos de ser personas que cumplimos con nuestra palabra, que no prometemos
en vano…”
“En ocasiones afirmamos cosas
que contradicen nuestras acciones. Si digo que soy una persona generosa pero no
ayudo a los demás, estoy diciendo una incongruencia, pues lo que digo y lo que
hago no coinciden.
La incongruencia no es necesariamente una mentira, ya que alguien puede creer honestamente que dice la verdad aunque sus palabras no sean ciertas. La no correspondencia entre las palabras que decimos y nuestra conducta es la expresión de una contradicción interna.
Si alguien quiere lograr un objetivo pero no actúa en consecuencia nos encontramos con otra contradicción. Así, si digo que quiero mejorar mi inglés pero no estudio más estoy siendo incongruente.”
La incongruencia no es necesariamente una mentira, ya que alguien puede creer honestamente que dice la verdad aunque sus palabras no sean ciertas. La no correspondencia entre las palabras que decimos y nuestra conducta es la expresión de una contradicción interna.
Si alguien quiere lograr un objetivo pero no actúa en consecuencia nos encontramos con otra contradicción. Así, si digo que quiero mejorar mi inglés pero no estudio más estoy siendo incongruente.”
La incongruencia no debería ser
una herramienta de uso circunstancial ni utilizada como un medio válido para
“salir del paso”.
Nuestra arma más poderosa es
nuestra palabra cuando es refrendada por las acciones, en caso contrario se
convierte en un “boomerang” que con la misma fuerza que lo lancemos,
volverá a nosotros tomándonos por la espalda.
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