En el sentido
estricto de la palabra, la persona considerada íntegra, sería aquella que no ha
tenido ningún tipo de contaminación y permanece inviolable con respecto a sus
ideas originales a lo largo de todo su proceso formativo.
Ahora bien,
desde los albores de la historia conocida de nuestra humanidad, se dice que
ante la alternativa de una severa advertencia en la cual incluía la expulsión
de su hogar original, nuestros primeros padres prefirieron “el fruto del árbol
de la ciencia del bien y del mal” a la seguridad que les representaba “el
paraíso” para caer en la desobediencia y el pecado original en un nuevo
mundo, el exterior, también denominado “ el mundo solitario y triste”
De manera
que por aquello de “reconocimiento de culpa relevo de prueba” podemos afirmar
que la condición humana original constituye la primera “especie en
extinción” lo que nos indica que hablar de integridad original en el ser humano
es una franca incongruencia.
Lo que
pretendemos mencionar en este artículo es el valor de la integridad como medio
de conducirse por la vida, para destacar esta condición humana como esencial en
la toma de decisiones donde tengamos que anteponer nuestros intereses
particulares a aquellos que resulten más beneficiosos para toda la comunidad,
es a esta integridad a la que nos referimos.
Agregamos:
“Con respecto a una persona, la integridad personal puede referirse a un
individuo educado, honesto, que tiene control emocional, que tiene respeto por
sí mismo, apropiado, que tiene respeto por los demás, responsable,
disciplinado, directo, puntual, leal, pulcro y que tiene
firmeza en sus acciones, por lo tanto, es atento, correcto e intachable.
La integridad, en este último caso, es un valor y una cualidad de quien tiene entereza moral,
rectitud y honradez en la conducta y en el comportamiento.
En general, una persona íntegra es alguien en quien se puede confiar.”
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