“En el ámbito de los valores humanos, se conoce
como Receptividad a la capacidad que tiene una persona para escuchar, sopesar, aceptar y convivir con otras formas de pensar,
actuar y ser distintas a las suyas. Igualmente, el valor de la
Receptividad apunta a la virtud que tiene una persona de estar atenta a las
sugerencias y propuestas de sus semejantes.”
Este es un tema muy importante que intenta
incursionar en la práctica de uno de los valores de mayor incidencia en el
ámbito de “las relaciones humanas” nos referimos a ciertas personas que
afortunadamente tienen incorporado como un rasgo distintivo de su proceder esa
capacidad tan peculiar de interesarse, sin inmiscuirse ni intentar manipular a
los demás, personas que “prestan sus oídos” para escuchar y comprender,
demostrando no solamente su paciencia, sino además, generando la confianza
necesaria como para compenetrarse y animar a sus interlocutores.
Ser receptivo es una de las
cualidades más importantes de la vida, pues nos hace preparados para
usufructuar todo lo que sucede, con una nueva postura.
Cuando no somos receptivos podemos desarrollar una actitud de rebelión contra los acontecimientos de nuestra vida, siempre considerando que merecíamos algo mejor o que no hemos recibido lo suficiente.
Si la receptividad está presente, aceptamos con gratitud lo que quiera que la vida nos reserve, y mantenemos la conciencia de que, no importa lo que estemos experimentando, era esto exactamente lo que necesitábamos para nuestro crecimiento interior.
Saber escuchar también es uno de los atributos de la receptividad, pues muchos se quejan de no recibir atención, pero se muestran incapaces de escuchar al otro.
Esta práctica exige una apertura total del corazón y dejarse tomar completamente por la energía del amor, sin el cual jamás conseguiremos sentirnos parte indisociable del Todo y, consiguientemente, experimentar la bienaventuranza.
Cada vez que nos sentimos colmados por la energía amorosa, nos volvemos abiertos y disponibles para compartir este sentimiento con el resto del mundo, sin resistencia o aprensión alguna.
Para recibir, es preciso que estemos totalmente disponibles, de modo a permitir que una semilla llegue hasta nosotros, para que sólo entonces sea germinada por nuestra llama interior y fructifique, alcanzando al resto del mundo.
Cuando no somos receptivos podemos desarrollar una actitud de rebelión contra los acontecimientos de nuestra vida, siempre considerando que merecíamos algo mejor o que no hemos recibido lo suficiente.
Si la receptividad está presente, aceptamos con gratitud lo que quiera que la vida nos reserve, y mantenemos la conciencia de que, no importa lo que estemos experimentando, era esto exactamente lo que necesitábamos para nuestro crecimiento interior.
Saber escuchar también es uno de los atributos de la receptividad, pues muchos se quejan de no recibir atención, pero se muestran incapaces de escuchar al otro.
Esta práctica exige una apertura total del corazón y dejarse tomar completamente por la energía del amor, sin el cual jamás conseguiremos sentirnos parte indisociable del Todo y, consiguientemente, experimentar la bienaventuranza.
Cada vez que nos sentimos colmados por la energía amorosa, nos volvemos abiertos y disponibles para compartir este sentimiento con el resto del mundo, sin resistencia o aprensión alguna.
Para recibir, es preciso que estemos totalmente disponibles, de modo a permitir que una semilla llegue hasta nosotros, para que sólo entonces sea germinada por nuestra llama interior y fructifique, alcanzando al resto del mundo.
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