Alude a la necedad de
las personas que se niegan a
admitir la verdadera naturaleza de los problemas o situaciones.
Ocurre que en múltiples ocasiones lo que se
encuentra al alcance de “nuestra visión” requiere que adoptemos una
posición concreta, cuando ya no es posible eludir los acontecimientos, ante tal
disyuntiva, nos refugiemos en la dualidad de un quizás, puede ser, o yo no
estaba, pensando que la ignorancia de los hechos, lo que puede ser negado, nos
puede evitar colisionar de frente con la crudeza de una realidad que intentamos
por todos los medios evitar.
El conocer la crudeza de “los hechos reales” nos
pone en la necesidad de adoptar una definición sobre lo que constituye una
visión irrefutable de lo que está aconteciendo, cuando tomamos conciencia de lo
que no puede ser negado hemos llegado al umbral de una “situación límite” la
evidencia nos impone una definición que no siempre estamos dispuestos a pagar
el alto costo que tal situación conlleva.
Muchas veces se opta por la tangente, como se suele
mencionar en la jerga de la representación teatral “hacemos un mutis y nos
escapamos por el foro” o adoptamos la actitud de los tres monos sabios: nos
tapamos la boca para no decir nada, nos tapamos los ojos para no ver nada y
llevamos las palmas de nuestras manos a las orejas para tampoco oír nada.
Es por eso que toma vigencia el antiguo refrán con
el cual comenzamos nuestro escrito:
“no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”
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