Hemos guardado en nuestro intelecto como quién va
depositando en una pequeña caja de ahorros, como cuando éramos niños e
introducíamos las monedas una por una en una “chanchita” de cerámica y la
sacudíamos de cuando en cuando para sopesar cuánto pesaba y además sentir el
sonido de las monedas que teníamos guardado dentro de ella.
Pues bien así voy haciendo con las nuevas palabras
que voy conociendo con la ventaja que dentro del intelecto con la ayuda
invalorable de la memoria no pesan tanto como solía pesar mi “chanchita de la
niñez” a lo sumo tantas palabras nos pueden confundir un poco y no obstante
estar bien guardadas, nuestra memoria puede demorar un poco en encontrarlas.
Hay veces que suelo imaginar que las palabras que
se van acumulando en mi intelecto tienen cierta semejanza con los ladrillos que
se colocaban en filas sobre tablones al sacarlos del horno donde fueron
elaborados.
Sabido es que los ladrillos son ideales para la
construcción donde los he visto crecer bien alineados y untados con una buena
argamasa en las casas que veía proliferar en los alrededores, seguramente
tendríamos muy pronto algún casamiento y nuevos niños jugueteando por el
pueblo.
Así ocurre con mis palabras, las voy alineando con
mucho esmero una tras otra y de esta manera con la argamasa de nuestra
imaginación van tomando forma convertidas ahora sí, en el texto de los
artículos que publicamos.
No hay duda que al mencionar a mis palabras nuestro
corazón se estremece henchido del gran amor que les profesa.
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