Pero —como decía mi abuela—, “más vale caer en
gracia, que ser gracioso”; por lo que a veces más que lograr sus fines, estos
desdichados ponen aún más en evidencia sus limitaciones y terminan haciendo el
papel de bufones.
Entre los de su especie, su arsenal está
pletórico de las artes de la calumnia y el chisme; armas que utilizan con
predilección sobre aquellos otros a los que su pobre razonamiento hace ver como
rivales que deben vencer.
En este juego maléfico rápidamente recibe buenas
dosis de su propia medicina, aplicada por parte de otros obsecuentes como él:
estas dosis suelen ser fatales sobre él. Por el contrario, para quienes no
necesitan mentir sus capacidades —pues son evidentes— esos ataques sólo les
causan un daño momentáneo; aunque tal benignidad es cierta solamente si
tuvieren otra oportunidad para mostrar su valía, entonces demostrarán tal
equívoco y —en este caso— será el obsecuente quien terminará cuestionado.
Pude observar que generalmente se forma una
pareja inseparable: entre el obsecuente y su jefe mediocre. En este nefasto
dúo, uno de ellos se encarga de obtener todo tipo de información que desmerezca
a sus compañeros, es el alcahuete, lo que es utilizado luego por el otro
para cortar cualquier posibilidad de reconocimiento hacia alguno de sus dirigidos,
en especial aquel que pudiera eventualmente convertirse en reemplazante suyo, o
—lo que es peor— pudiera poner de relieve su poca capacidad para ocupar esa
posición de privilegio. A cambio, prodiga escasos beneficios al obsecuente que
le hace tal favor.
Si un obsecuente progresa, junto con él
progresará su metodología de trabajo. Malos días le esperan a esa organización.
Y aunque —por incompetente— finalmente el obsecuente termine
relevado, habrá ocasionado ya un grave daño a todos.
También me consta que, en otros casos, la
obsecuencia es una burda actuación a tiempo completo, pero dirigida hacia un
fin determinado: la obtención de un favor.
Esto es muy común en la política, donde la gente
se arrima a los políticos con el solo fin de obtener un beneficio dado, que
bien puede variar desde una pensión o subsidio, hasta una beca de estudio para
un hijo o la asignación de una vivienda en un plan del gobierno, o aún un
puesto de trabajo —aunque más no fuera temporario— para alguno de la familia.
En esas personas su lealtad hacia los postulados
y objetivos que defiende ese político durará lo mismo que la paciencia que
tengan para esperar por aquel beneficio. Llegado a ese punto, para el logro de
su meta, el obsecuente se venderá al mejor postor.
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