Utilizamos este término de no tirar la toalla recurriendo a una
expresión típicamente latina, para referirnos a un comentario que por notoria
actualidad se refiere a las muy probables dificultades que se agregarían a las
muchas ya padecidas por todos aquellos que han debido tomar la penosa
decisión de buscar nuevos horizontes fuera de sus países de origen.
Los cambios sustanciales anunciados en las últimas elecciones
realizadas en nuestro todopoderoso vecino del norte del Río Grande, donde no
han faltado el uso de los más duros epítetos para todas aquellas personas que
producen la mayor riqueza jamás vista en tiempos de crisis( no obstante ser
groseramente discriminados por realizar sus tareas carentes de documentación y
garantías ciudadanas situación que es extensiva a los miembros de sus propias
familias), hacen que cunda el pánico entre ellos como asimismo una muy genuina
preocupación sobre sus posibilidades de sobrevivencia en el futuro.
“Tirar la toalla” es una expresión que usualmente se aplica a una
situación en la que nos rendimos y dejamos de intentar conseguir aquello por lo
que estamos luchando ya que no salimos airosos, abandonamos, nos damos por
vencidos.
Tiene su origen en el mundo pugilístico. Cuando el entrenador o
preparador de un boxeador ve que éste está al límite de su resistencia y no se
encuentra en condiciones físicas de continuar tiene la opción de arrojar una
toalla al aire (que debe caer dentro del cuadrilátero) como símbolo de rendición
y finalización del combate para evitar daños mayores o irreparables.
Algunas fuentes señalan que en un principio se arrojaba la esponja con
la que se refrescaba al boxeador, pero más tarde se optó por la toalla al ser
ésta más fácilmente visible.”
Es ahora más que nunca donde debe aflorar la voluntad combativa del
emigrante, con la fuerza y dignidad de su trabajo calificado, donde no se
vislumbran, ni en el corto ni mucho menos en el largo plazo, etnias blancas ni
de ningún otro color capaces de satisfacer la demanda agregada que pudiesen
brindarles el confort y bienestar que tanto anhelan y necesitan.
Los tiempos han cambiado y ya no queda espacio, y si lo hubiera, sin
lugar a dudas no hay cabida, civilizadamente hablando, para que turbas
xenófobas, culturalmente anquilosadas, pretendan, con su nacionalismo
exacerbado, someter a sus semejantes a un trato discriminatorio o
despectivo, entiendo que será nuestra propia evolución quien se encargará
a su debido tiempo de poner las cosas en su lugar.
La altivez, el discurso agresivo y retumbante tendrán que cederle el
paso a una realidad circundante que nos envuelve y globaliza, somos ciudadanos
de un mundo que se manifiesta e impone sus condiciones y en donde las posturas
fósiles y arcaicas solo se podrán exhibir en los museos ni siquiera tendrán
lugar en cárceles u hospicios.
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